jueves, 8 de marzo de 2012

Últimos sonetos de Quevedo, fin al repaso de 'Las tres Musas últimas castellanas'

Un nuevo corazón, un hombre nuevo        
ha menester, Señor, la ánima mía;        
desnúdame de mí, que ser podría        
que a tu piedad pagase lo que debo.        

Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,        
y temo que hallaré la muerte fría        
envuelta en (bien que dulce) mortal cebo.        

Tu hacienda soy; tu imagen, Padre, he sido,        
y, si no es tu interés en mí, no creo
que otra cosa defiende mi partido.        

Haz lo que pide verme cual me veo,        
no lo que pido yo: pues, de perdido,        
recato mi salud de mi deseo.

___

Bien te veo correr, tiempo ligero,        
cual por ancho mar despalmada nave,        
a más volar, como saeta o ave        
que pasa sin dejar rastro o sendero.        

Yo, dormido en mis daños, persevero,
tinto de manchas y de culpas grave;        
aunque es forzoso que me limpie y lave        
llanto y dolor, aguardo el día postrero.        

Este no sé cuando vendrá; confío        
que ha de tardar, y es ya quizá llegado,
y antes era pasado que creído.        

Señor, tu soplo aliente mi albedrío        
y limpie el alma, el corazón llagado,        
cure, y a ablande el pecho endurecido.


El pésame a su marido

La que de vuestros ojos lumbre ha sido        
convierta en agua el sentimiento ahora,        
ilustre duque, cuyo llanto llora        
todo mortal que goza de sentido.        

Vuestra paloma huyó de vuestro nido,
y ya le hace en brazos del aurora;        
estrellas pisa, estrellas enamora        
del nuevo sol con el galán vestido.        

Llorad, que está en llorar vuestro consuelo;        
no cesen los suspiros que, por ella,
con sacrificios acompaña el suelo.        

Llorad, señor, hasta tornar a vella;        
y así pues la llevó de envidia el Cielo,        
le obligaréis de lástima a volvella.

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