martes, 10 de abril de 2012

Sonetos de Quevedo a Roma y a Scipión

A Roma, sepultada en ruinas

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,        
en Roma misma a Roma no la hallas:        
cadáver son la que ostentó medallas,        
y tumba de sí propio el Aventino.        

Yace donde reinaba el Palatino;
y limadas del tiempo, las medallas        
más se muestran destrozo a las batallas        
de las edades que blasón latino.        

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,        
si ciudad la regó, ya, sepultura,
la llora con funesto son doliente.        

¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,        
huyó lo que era firme, y solamente        
lo fugitivo permanece y dura.

Desterrado Scipión a una rústica casería suya, recuerda consigo la gloria de sus hechos y de su posteridad

Faltar pudo a Scipión Roma opulenta;        
mas a Roma Scipión faltar no pudo;        
sea blasón de su envidia, que mi escudo,        
que del mundo triunfó, cede a su afrenta.        

Si el mérito africano la amedrenta,
de hazañas y laureles me desnudo;        
muera en destierro en este baño rudo,        
y Roma de mi ultraje esté contenta.        

Que no escarmiente alguno en mí, quisiera,        
viendo la ofensa que me da por pago,
porque no falte quien servirla quiera.        

Nadie llore mi ruina ni mi estrago,        
pues será a mi ceniza cuando muera,        
epitafio Aníbal, urna Cartago.    

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