viernes, 11 de mayo de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos el poema de Paul Claudel 'Oda segunda, el espíritu y el agua' (11)

¡Oh, Dios mío, tú me has dado este instante lumisoso para ver, como el hombre joven que piensa en su jardín en el mes de agosto y ve, a la distancia, todo el cielo y la tierra con una sola mirada, el mundo, en una sola mirada, traspasado por un gran rayo de oro! ¡Oh, fuertes estrellas sublimes, fruto entrevisto en el negro abismo! ¡Flexión sagrada del largo ramaje de la Osa Menor! Yo no moriré. ¡Yo no moriré, soy inmortal! ¡Y todo muere y yo crezco como una luz más pura! Y, así como ellos hacen muerte de la muerte, de su exterminación yo hago mi inmortalidad. ¡Cese yo eternamente de ser oscuro! ¡Utilízame! ¡Exprímeme en tu mano paternal! ¡Salga, al fin, todo el sol que hay en mí y la capacidad de tu luz y que yo te vea ya no únicamente con los ojos, sino con todo mi cuerpo y mi sustancia y la suma de mi cantidad resplandeciente y sonora! El agua divisible que da la medida del hombre no pierde su naturaleza y es la de ser líquida y perfectamente pura, por lo que todas las cosas se reflejan en ella. Como esas aguas que llevaban a Dios en el principio, así estas aguas hipostáticas en nosotros no cesan de desearlo, no hay deseo más que de Él. Pero lo que hay en mí de deseable aún no está maduro. Que la noche esté en espera de mi división donde lentamente se compone de mi alma la gota próxima a caer vencida por su peso. Dejadme hacer una libación en las tinieblas, como la fuente de la montaña que da de beber al océano con su pequeña concha.

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