viernes, 25 de mayo de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos el poema de Paul Claudel 'Oda segunda, el espíritu y el agua' (13, y fin)

Ahora brotan las fuentes profundas. ¡Brota mi alma salada, está en un gran grito la bolsa profunda de la pureza seminal! Ahora, yo me soy perfectamente claro, todo amargamente claro y no hay en mí nada más que una perfecta privación de ti! Y ahora, de nuevo, después del curso de un año, como el segador Habacuc que el ángel condujo a Daniel sin que hubiera soltado el asa de su cesto, el espíritu de Dios me ha levantado de golpe por encima del muro y heme aquí en este país desconocido. ¿Dónde está el viento ahora? ¿Dónde el mar? ¿Dónde el camino que me ha traído hasta aquí? ¿Dónde están los hombres? No hay más que el cielo siempre puro. ¿Dónde está la antigua tempestad? Presto oído: no hay más que este árbol que vibra. Escucho: no hay más que esta hoja insistente. Sé que la lucha ha terminado. ¡Sé que la tempestad ha terminado! Hubo un pasado pero ya no lo hay. Siento sobre mi cara el soplo más frío. He aquí de nuevo la presencia, la horrorosa soledad, y repentinamente, el soplo de nuevo sobre mi cara. Señor, mi viña está ante mí y yo veo que mi liberación no puede escapárseme. Aquel que conoce la liberación se ríe ahora de todas las ataduras. ¿Y quién comprenderá la risa que está en su corazón? Mira todas las cosas y ríe. Señor, es bueno para nosotros este lugar. Que yo no regrese a la vista de los hombres. Dios mío, arrebátame a la vista de todos los hombres, que yo no sea conocido por ninguno de ellos, y como de la estrella eterna, su luz, que no quede en mí más que la voz sola. El verbo inteligible y la palabra expresada y la voz que es el espíritu y el agua. Hermano, yo no puedo darte mi corazón. Pero donde la materia no sirve y va la palabra sutil que es yo mismo con una inteligencia eterna. Escucha, hijo mío, inclina hacia mí la cabeza y yo te daré mi alma. Hay muchos ruidos en el mundo. Sin embargo, el amante de corazón traspasado escucha únicamente, en lo alto del árbol, la vibración de la hoja sibilina. Así, entre las voces humanas, ¿cuál es ésta que no es ni más baja ni más alta que las otras? ¿Por qué entonces es la única que escuchas? ¡Porque ella es, enteramente, la medida misma, la medida santa, libre, todopoderosa, creadora! Ah, yo lo siento. ¡El espíritu no cesa de ser conducido sobre las aguas! ¡Ninguna cosa, hermano mío, y tú mismo, nada existe más que por una proporción inefable, y el justo número sobre las aguas infinitamente divisibles! ¡Escucha, hijo mío, no cierres tu corazón y acoge la invasión de la voz razonable en quien está la liberación del agua y del espíritu y por la que son explicadas y resueltas todas las ligaduras! Ésta no es la lección de un maestro ni el deber que se da para que sea aprendido, es un alimento invisible, es la medida que está por encima de toda palabra, es el alma que recibe el alma y todas las cosas entonces se clarifican. ¡Hela aquí, pues, en el umbral de mi casa, he aquí a la Palabra que es como una muchacha eterna! Abre la puerta. ¡Y la sabiduría de Dios está ante ti como una torre de gloria y como una reina coronada! ¡Oh, amigo, yo no soy un hombre, ni una mujer, yo soy el amor que está por encima de toda palabra! Yo te saludo, hermano mío, bien amado. No me toques. No trates de coger mi mano.

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