jueves, 3 de mayo de 2012

Enrique Larreta (7), sonetos

DESALIENTO

Queja oscura del árbol cuando el viento lo mece.
Alto grito al caer la hojosa rama larga.
Siempre el mismo lamento del dolor que descarga
los agobiados gajos y los rejuvenece.

No fuera, no, tan vivo, tan hondo, lo que ofrece
tu genio, sin la angustia que a menudo te embarga,
y te sume a ti mismo, sin esa esponja amarga
y ese negro crepúsculo de un dios que desfallece.

El arte es herrería de ángeles dolorosos*.
Llaga, tajo, desuello, porrada, quemadura
exaltan su pasión reverberante y cuando

los bocines del fuelle resoplan envidiosos
en las ascuas dormidas, levántase más dura
la llama y los regueros vanse multiplicando.

* Se toma Larreta la licencia de contar "de án" como una sola sílaba, pero a mi parecer es muy forzado. Le hubiera recomendado decir "de ángel doloroso", y consecuentemente en el verso 12 "el bocín del fuelle resopla envidioso".

MIL NOVECIENTOS TRECE

Con aquel no sé qué de su literatura,
esa tarde friolenta, femenina y brumosa
de París era lámpara de seda, voluptuosa
provocación de encajes y velo de aventura.

En los escaparates* de joyas y mixtura
de elegancias, la electricidad arde suntuosa.
Francesa o extranjera, la bella misteriosa
se mira en los cristales, de paso, y se apresura.

Sabe que ya la espera, como acechando ruidos,
la anhelosa penumbra del amor y la llama.
No hay que ser impuntual. Los montes perdidos

son el mayor pecado. La acera se embalsama
con sus violetas. Loca la que no se enloquece.
La vida es embriaguez. Mil novecientos trece.

*Corrijo donde ponía "esparates" en el documento de la Biblioteca Virtual Cervantes

“LES BALS PERSANS”

Un embriagar las horas, como los orientales
fumadores de sueños. Un pedirle sus noches
delirantes a Persia, sus diademas, sus broches,
sus cantantes ajorcas; y esos largos cendales

que visten y desvisten los desmayos sensuales
en viejas miniaturas. Van ahí los derroches
del Asia. Las mancebas en enredados coches
y palanquines de oro. Los negros musicales,

llevando en alto frutas de fulgurante cáscara.
¿Por qué ese frenesí, y esa prisa encendida,
y ese avivar la sed, y ese apretar la vida?

¡Ah!, sí, nobles de Francia. Ya los finos lebreles
del palacio gimieron. Ya una sangrienta máscara
sopla los candelabros y arrastra los manteles.

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