viernes, 6 de julio de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos St.-John Perse (5)

V

Del señor de los astros y de la navegación:

Me han llamado el oscuro y mi propósito era la mar. El año del que yo hablo es el año más grande; la mar a la que interrogo es la más grande mar.
Homenaje a tu ribera, demencia, oh mar majestuosa del deseo.
La condición terrestre es miserable pero mi haber es inmenso sobre los mares y mi provecho incalculable en las mesas de ultramar.
Una noche sembrada de especies luminosas nos coloca al borde de las grandes aguas, como al borde de su antro la devoradora de malvas, aquella que los viejos pilotos vestidos de piel blanca y sus grandes hombres de fortuna, portadores de armas y de escritos, en las proximidades de la roca negra ilustrada de rotondas, tienen la costumbre de saludar con una oración piadosa.
¡Os seguiré, contadores! Y a vosotros, señores del número,
divinidades furtivas y equívocas más que ninguna otra antes del alba,
piraterías de la mar.
Los agiotistas marinos se comprometen felizmente en especulaciones remotas: los correos se abren, innumerables, al fuego de las líneas verticales...
Más que el año llamado solar abierto en sus mil millares de milenios, la mar total me rodea. El abismo infame me es deleitoso, y la inmersión, divina.
Y la estrella sin patria camina en las alturas del siglo verde
y mi prerrogativa sobre los mares es soñar para vosotros este sueño de realidad...
Me han llamado el oscuro y yo habitaba en el resplandor.
¡Secreto del mundo, ve delante! Y la hora viene donde la caña del timón nos es, al fin, arrebatada de las manos. Yo he visto deslizarse en el óleo santo los grandes óbolos resplandecientes de la mecánica divina;
grandes y agraciadas palmas me abren los caminos del sueño inagotables y yo no he temido a la visión, sino que me he asegurado con gusto en el pasmo
y tengo mi ojo abierto en el favor inmenso y en la adulación.
Umbral del conocimiento. Pórtico de la claridad... Humaredas de un vino que me ha visto nacer y que aquí no ha sido exprimido.
¡La mar, como una oración repentina!
Oh mar, conciliadora y única intercesión...
Un grito de pájaros sobre los arercifes; la brisa corriendo a su oficio y sobre los límites del sueño para la sombra de un velo...
Yo digo que un astro ha roto su cadena en los establos celestes.
Y la estrella sin patria camina en las alturas del siglo verde... Me han llamado el oscuro y mi propósito era la mar.

Reverencia a tu palabra, piloto. Esto no es para el ojo de la carne, ni para el ojo blanco con ceja enrojecida que se pinta en los bordes de las vajillas. Mi fortuna está en la adulación de la noche y en la embriaguez azul de Argos, donde corre el aliento profético, como la llama de fuego verde entre la flora de los arrecifes.
¡Dioses! No hay ninguna necesidad de aromas ni de esencias sobre las estufas de hierro, en el término de los promontorios,
para ver cruzar antes del día, y bajo sus velos desceñidos -al paso de su femineidad- la gran alba desceñida, caminando sobre las aguas...
-Todas las cosas dichas en la noche y en la adulación de la noche.
Y tú qué sabes, sueño increado, y yo, creado, que ignoro... ¿Qué otra cosa hacemos sobre estas orillas sino disponer juntos nuestras trampas para la noche?
Y aquellas que se bañan en la noche, en el término de las islas, de las rotondas, llevando sus grandes urnas sostenidas por su brazo desnudo, ¿qué hacen, oh piadosas, sino lo que nosotros hacemos?
Me han llamado el oscuro y yo habitaba en el resplandor.

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