viernes, 13 de julio de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos St.-John Perse (6)

VI (1)

Las tragediantas han venido, descendiendo de las carretas. Levantan los brazos en honor de la mar: "¡Ah, nosotras habíamos augurado mejor el paso del hombre sobre la piedra! Incorruptible mar, juzgadora nuestra. ¡Ah, nosotras habíamos presumido demasiado del hombre bajo la máscara! Y nosotras, que imitamos al hombre entre la especie popular, ¿no seríamos capaces de guardar memoria del más alto lenguaje sobre las playas?
"Nuestros textos son hollados a las puertas de la ciudad -puerta del vino, puerta de los cereales-. Las muchachas conducen a los riachuelos nuestras grandes pelucas de crin negra, nuestras pesadas plumas deterioradas. Y los caballos enredan sus cascos en las grandes máscaras teatrales.
Oh espectros, medid vuestras frentes de monos y de iguanas con la ova inmensa de nuestros yelmos, como la bestia parásita en la madriguera de los caracoles...
Las viejas leonas del desierto abaten el brocal de piedra de la escena. Y la sandalia de oro de los grandes trágicos en las fosas urinarias de la arena,
con la estrella patricia y las llaves verdes del Poniente.

Pero nosotras levantamos aún nuestros brazos en honor del mar. ¡Y con la axila azafranada ofrecemos todas las especias y la sal de la tierra! Altorrelieve de la carne modelada como una ingle. Y además esta ofrenda de la orilla humana donde asoma el rostro incabado del dios.
En el hemiciclo de la ciudad, donde el mar de la escena, el arco tendido de la multitud nos mantiene aún sobre su cordel. Y tú, que danzas danza de multitud, alta palabra de nuestros padres, oh mar tribal sobre tus páramos, ¿nos serás mar sin respuesta y sueño más remoto que un sueño de Sármata?
La rueda del drama grita sobre la piedra de molino de las aguas, triturando la violeta negra y el eléboro en los silos ensangrentados de la tarde. Las olas levantaban hacia nosotras su máscara de acónito. Y nosotras, elevando nuestros brazos ilustres y volviéndonos todavía hacia la mar, alimentamos con nuestra axila los hocicos ensangrentados de la noche.
Entre la multitud nos movemos en tropel hacia la mar, con ese movimiento inmenso que copian a la marejada nuestras largas caderas rurales. ¡Ah, somos más terrestres que la plebe y que la espiga de los reyes!
Y nuestros tobillos están teñidos de azafrán y las palmas de nuestras manos pintadas de múrice, en honor de la mar.

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