jueves, 12 de julio de 2012

Mesonero Romanos y "El día 30 del mes". Hay cosas que no terminamos de aprender

El día 30 del mes

«Reveses de fortuna
Llamáis a las miserias;
¿Por qué, si son reveses
De la conducta necia?».
Samaniego

Pared por medio de mi casa vive D. Homo-bono Quiñones , jefe de mesa de cierta oficina, y uno de los caracteres más originales que he conocido. -Fenelon aseguraba que el hombre más dichoso es aquél que cree serlo ; y si este dicho es exacto, como debemos sospecharlo, hay motivos para pensar que el D. Homo-bono sea aquel mortal privilegiado. Y si no se me creyese sobre mi palabra, créase al menos la pintura que de él haré.

La satisfacción y la alegría parecen haber escogido su mansión en aquel semblante, que los años procuran en vano arrugar; ningún achaque, destruye su físico; ninguna pena halla el camino de su corazón; ninguna sensación violenta obra fuertemente sobre su alma. Los movimientos del dolor le son desconocidos; su estado habitual es el de la alegría; pero no una alegría ardiente y bulliciosa, que haga trabajar a su imaginación, sino un tranquilo y bonancible, que le inclina a ver las cosas por el lado más favorable. -V. gr.: su mujer es altiva, gastadora, y ejerce sobre el esposo un dominio más que conyugal; pero ¿qué importa? es alegre, graciosa, se da tono en la sociedad, hace hablar de sí y de su casa, y esto le basta a su esposo. -La niña es caprichosa, mal criada y sin ninguna de las inclinaciones que descubren un fondo de virtud; pero ¡es tan bonita! ¡tan juguetona! ¡canta tan bien! ¡baila con tal gracia! que su papá se pasma mirándola. -El muchacho es un calaverilla: contrahecho,frívolo, enredador y pedante pero ¡tiene unas ocurrencias tan graciosas! ¡se burla con tal agudeza de sus maestros! ¡es tan diestro para hacer sus travesuras! que nadie (y menos su padre) se atreve a reprenderle. -Los amigos de la casa son demasiado francos, se toman hartas libertades, frecuentan sobradamente la mesa, y ayudan a caer aquel ruinoso edificio; pero, si no fuera por ellos, ¿quién había de resistir la monotonía y el fastidio? -Por último, los criados son habladores y rayan en insolentes; roban y malgastan lo que pueden; trabajan poco y mal; comen mucho y bien, y duermen mejor. Pero ¿quién tiene valor para meterse con ellos en contestaciones de esta especie? «Il faut que tout le monde vive» , decía Luis XVIII. «Es preciso que todos vivamos» , traduce D. Homo-bono.

Sólo hay doce días en el año en que este buen señor ( bonus vir ) suele hacer alguna reflexioncilla de distinta naturaleza, y son los días 30 de cada mes, época fatal, en que vienen a reducirse a maravedís todos los placeres y contentos de las tres décadas anteriores. Pero aquella sombra, que por un momento quiere oscurecer su imaginación, desaparece al instante, cual ligera nubecilla en un cielo tranquilo y sereno. Sin embargo, en las cortas horas que dura la extraña lucha de sus inclinaciones con su razón,ofrece un espectáculo tan grotesco, que el difunto Goya tomaría en él original para un nuevo capricho.

Llega, por fin, después de veinte y nueve, la suspirada aurora en que el cuerno de Amaltea va a destaparse y verter sobre mesas y bufetes su argentada preñez. Mi funcionario, por su calidad de jefe de mesa, debe dar buen ejemplo; el barbero, el peluquero, el chocolate y las demás ocupaciones matutinas adelantan aquel día media hora al sistema ordinario; y no bien han sonado las ocho y media de la mañana, sale de su casa, no sin grave agitación de los artesanos y tenderos, que, viéndole pasar, gritan: «las nueve» ; expresión natural y espontánea, que honra más la puntualidad de este empleado que cuantos discursos pudiera yo escribir.

Llega a la oficina... ¡Qué exactitud en todo el mundo! ¡qué soltura para el trabajo! ¡qué valentía de pulsos para rubricar la nómina! ¡qué combinación para repartir metódicamente los cartuchos de municiones de boca! Uno de los de grueso calibre toca, por supuesto, a D. Homo-bono, y su imaginación se espacia considerando su longitud, que le promete una serie de goces no interrumpidos hasta el fin del mes siguiente. Mas ¡oh imperfectibilidad de las cosas humanas! ¿quién había de decir que, esta agradable ilusión había de durar tan poco? Yo lo diré, y también la causa; y es que D. Homobono había echado la cuenta sin la huéspeda , y la huéspeda era su mujer.

De vuelta a su casa, una horita más temprano que de costumbre (por el sabio sistema de las compensaciones), viene cargado dulcemente con aquel amable fruto de sus tareas públicas, y ya le mira convertido en sendos jamones, nutridas empanadas, robustos pavos e ingeniosos ramilletes; y también en palcos de toros y comedias, coches y tiros, merendonas y algazaras; tan armónicamente organizado está su cerebro.

Mas, ¡oh desgracia! al doblar la esquina de su calle sale un fementido tendero, y con obligantes cortesías le pregunta por su salud; D. Homo-bono cambia de color y pasa a la otra mano el pañuelo de la mesada; pero del opuesto lado ábrese la puerta de la modista, y Madama Cotillón le hace tres cortesías a la francesa y le presenta un papel en español. (Aquí D. Homo-bono guarda el pañuelo en la solapa del frac, remedando en este juego el de Bartolo con la bota en El Médico a palos .) Recibe, pues, el papel con la misma seriedad que un ministro los memoriales, y entra bruscamente en el portal; pero un vinatero manchego, sentado en la escalera, se quita cortésmente la monterilla y sube detrás de él, ganando por la mano al tendero y a la modista. Entra en su casa; cierto caballero muy elegante se le presenta y hace cincuenta cortesías; contéstale D. Homo-bono con otras tantas, y preguntada su gracia, le dice ser Mr. Battement , maestro de baile de Mademoiselle ; más allá se inclina profundamente un viejo mal vestido, que se da a conocer por el maestro de Gramática del señorito, y no lejos de él il signor Gorgorini, professore di musica e allievo del Conservatojo di Milano , hace presente que es el encargado de la garganta de la Signorina.

Don Homo-bono conoce, aunque tarde, lo efímero de sus ilusiones; pero resuelto a quedar con el honor correspondiente, entra solemnemente en su despacho, y colocado con majestad, sede pro tribunale , manda abrir con estrépito entrambas hojas de la puerta, y empieza la audiencia y pago. Concluida la operación con los que van relatados, se dispone a poner a cubierto de la derrota las medallas existentes, cuando un fuerte campanillazo le hace conocer que aún hay enemigos que aplacar. Con efecto, era el casero, y todos saben la gesto tan repugnante que ésta tiene, especialmente en ciertos días; gesto inevitablemente, mensual, trimestral, semestral o anual, que recuerda las apariciones periódicas de los cometas de gran cola, previstas tristemente por los astrólogos agoreros.

Fue preciso sacrificar a aquel fantasma terrible una buena parte del remanente de los treinta días, y otra no corta porción repartieron entre sí el sastre geómetra , el zapatero galán , el fondista son argent , el almacenista de géneros carillo , el calesero de antaño y el peluquero de ogaño , que todos fueron llegando como llamados a son de campana comunal.

Pero la más decisiva de las visitas faltaba aún, y era la de la amable compañera, la caritativa costilla de don Homo-bono, que venía a notificarle cómo de allí a dos días era el cumpleaños de la niña, y que había determinado tener unos cuantos convidados y un poquito de función. En vano Quiñones se afanó en manifestarla que se quedaba sin un cuarto y con un mes delante de sí; su carácter no era tampoco para grandes reflexiones, ni ella las admitía; y así fue que, a dos por tres quedó en manos de la última el resto de la mesada, y D. Homo-bono libre de cuidados. Entre tanto, aquella noche, para empezar la función, hubo música y baile, y el esposo fue el primero que en tales momentos se entregó al exceso de su felicidad.

Sin embargo, así pasó un mes, y otro, y otro; y vino un año, y se juntaron doce déficit que D. Homobono no pudo pagar; y a los dos años ya serán veinte y cuatro, y así sucesivamente; y se tendrá que empeñar, y luego no podrá satisfacer, y luego vendrá la vejez, y luego se jubilará, y luego, luego... en la calle de Atocha, última casa a la derecha, acaso darán razón.

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