VI (4, y fin)
¡Desnudez! ¡Desnudez! Nosotras
imploramos, que en nombre de la mar, nos sea hecha la promesa de obras
nuevas; de obras vivas y muy hermosas, que no sean más que obra viva y
no sean más que obra hermosa; grandes obras de sedición, grandes obras
de licencia, abiertas a todas las predaciones del hombre y que vuelvan a
crear para nosotras el gusto de vivir y sean la huella del más grande
paso del hombre sobre la piedra.
Obras de tal manera grandes sobre
la liza, que no sepa más a cuál especie, a cuál raza pertenecen... ¡Ah!
Que un gran estilo nos maraville todavía, en nuestros años de usura.
Que nos venga de la mar y de más lejos de la mar. ¡Ah, que un metro más
generoso nos encadene al más grande relato de cosas por el mundo y que
un más ancho aliento se levante en nosotras y que sea como la mar misma y
su gran silbo de extranjera! Del más grande metro no se sabe nada en
nuestras fronteras. Enséñanos, potencia, el verso mayor del más grande
orden. ¡Dinos el tono del más grande arte, mar ejemplar del más grande
texto! ¡Enséñanos el modo mayor y la medida, al fin, nos sea donada y
que, sobre los mármoles rojos del drama, se abra la hora de la donación!
¿Quién renovará para nosotras, al movimiento de las aguas magníficas, la gran frase tomada al pueblo?
Nuestras
caderas, que enseñan a la marejada ese movimiento lejano de multitud,
ya se emocionan y se adornan. ¡Que se nos llame aún sobre la piedra, a
nuestro paso de tragediantas! Que se nos oriente todavía hacia la mar,
sobre el gran arco de piedra desnuda en el que la cuerda es la escena; y
que se nos ponga entre las manos, para la grandeza del hombre sobre la
escena, estos grandes textos que nosotras pronunciamos. Grandes textos
sembrados de relámpagos y tempestades, quemados de ortigas marinas y de
medusas irritantes y que corren, como el fuego a lo ancho de los grandes
consentimientos del sueño y de las usurpaciones del alma.
Allá
silba de placer el pulpo; allá brilla la centella misma de la desgracia
como la sal violeta de la mar en las llamas verdes de la hoguera de los
despojos. Dejadnos que os leamos, promesas sobre la tierra más libre. Y
las grandes frases del trágico nos maravillarán todavía, más allá de la
multitud, en el oro sagrado de la noche.
Como más allá del muro de
piedra, sobre la alta página tendida del cielo y de la mar, esos largos
conjuntos de naves que doblan repentinamente la punta de los cabos,
mientras dura la evolución del drama sobre la escena...
¡Ah,
nuestro grito fue de amantes! Pero a nosotras mismas, servidoras,
¿quién nos visitará en nuestras celdas de piedra, entre la lámpara
mercenaria y el trípode de fierro de la depiladora? ¿Dónde está nuestro
texto? ¿Dónde está nuestra norma? ¿Y qué señor nos redimirá de nuestra
decadencia? ¿Dónde está aquel -¡ah, cómo tarda!- que sabe apoderarse de
nosotras y, murmurantes todavía, nos levanta a las encrucijadas del
drama como un poderoso ramaje sube a la boca de los santuarios?
Ah,
que venga aquel -¿vendrá de la mar o de las islas?- que nos ha de tener
bajo su férula. Que se apodere de nosotras, vivientes, y nosotros nos
apoderaremos de él. Hombre nuevo en su sostén, indiferente a su poder y
poco cuidadoso de su nacimiento; con los ojos todavía quemados de las
moscas escarlata de su noche. Que reúna, bajo sus riendas, esa enorme
corte esparcida de cosas errantes en el siglo.
Nosotras
conoceremos la aproximación despótica por la crispación secreta de un
águila en nuestros flancos. (Como el deslizamiento de un hálito sobre
las aguas revela el disgusto secreto del genio resbalando a lo largo de
la pista de sus dioses.)
Textual, la mar se abre, nueva, sobre sus
grandes libros de piedra. ¡Y nosotras no presumimos demasiado la
fortuna de la escritura! Escucha, hombre de los dioses, el paso del
siglo en marcha hacia la liza.
¡Nosotras, altivas doncellas
azafranadas en los consejos ensangrentados de la noche, teñidas de los
fuegos nocturnos hasta en la fibra de nuestras uñas, levantaremos más
alto nuestros brazos ilustres hacia la mar!
Nosotras requerimos nuevo favor para la renovación del drama y la grandeza del hombre sobre la piedra.
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