miércoles, 19 de septiembre de 2012

Más versos de Joaquín María Bartrina

Arabescos (6, y fin)
(2ª serie)

En el mundo hay poca
felicidad pura
y a cada uno toca
escasa ventura.

¡Quién tiene bastante
con su cantidad
insignificante
de felicidad!

Es fuerza, aun con lucha,
a quien de nosotros
quiere tener mucha,
robarla a los otros.

Si viese algún día
feliz a un mortal,
yo le formaría
causa criminal.

___

"Toda negación implica
la afirmación del contrario";
he aquí un sabio corolario
que a los suicidas se aplica.

Estos en la muerte ven
el término de su mal,
lo que, al contrario, es igual
al principio de su bien.

Estar bien en la otra vida
nadie a pensarlo se atreve,
pues si hay Dios, castigar debe
con gran rigor al suicida.

Otra tontería es creer
en la muerte hallar la calma,
que allí nada siente el alma,
que la muerte es el no ser.

Luego es una estupidez
probar medio tan fatal.
Si la prueba sale mal
¿cómo ensayarla otra vez?

___

Tal vez dentro de mi cerebro escondo
capas de superpuestos sentimientos,
de ansias en otras épocas sentidas,
que, cual indestructibles sedimentos,
dejaron de mi espíritu en el fondo
los tempestuosos mares de otras vidas.

(Así creer indúcelo la ciencia:
del cuerpo es el espíritu la esencia
y este y aquel debieron
adquirirse en la lucha por la vida
y perpetuarse por la ley de herencia.)

Un resto del espíritu del triste
siervo de la edad media en mí subsiste,
y de él habré heredado
el odio a los poderes de la tierra,
y el mostruoso legado
del torpe fanatismo
en que un día su mente halló el reposo
que transformado siento yo en mí mismo,
que hoy es el poderoso
profundo sentimiento religioso.

Pienso no creer en nada,
y al penetrar en el severo templo,
a mi pesar se dobla la rodilla,
y a mi pesar se humilla
mi orgullosa cabeza,
y extático contemplo
y aspiro lo ideal de su grandeza;
un sentimiento inexplicable, intenso
se apodera de mí, y entre la nube
trémula y vacilante del incienso,
a lo alto mi alma sube,
los muros espesísimos esquiva,
y vacilante y trémula en su vuelo
al azulado cielo
huye, a través de la calada ojiva.

En una inferior capa de mi mente
el viejo celta acaso
marcó indeleblemente
las salvajes señales de su paso.
Y por más que yo creo que es la guerra
el mayor de los crímenes, que hermanos
somos todos los hombres de la tierra,
que la idea de patria, limitada
a su país, es torpe y es nociva;
al mirar a mi patria amenazada,
por ella ciego de furor combato
y el fuego, el mismo fuego, en mí se aviva
que un día el corazón latir hiciera
a Indíbil y a Mandonio y a Viriato.

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