lunes, 15 de octubre de 2012

Algunos de poemas de Alejandro Marzioni

El ahogado

El ahogado baila un descenso lento
en su frío lago; lentamente gira,
como si mirase, sueñas que te mira
con dulzura amarga y hondo abatimiento.

Sus cabellos tratan de envolver los peces
y hay una sonrisa que se le deshace.
Quieres abrazarlo, quieres que te abrace,
esto lo has soñado tantas, tantas veces.

El ahogado baila un descenso suave
como si supiera lo que ya no sabe,
como si bebiera lo que ya no bebe.

Gira lentamente, yo también lo veo,
yo también lo sueño y también deseo
alcanzar su mano para que me lleve.


Versos del desasosiego

El polen de las flores que algún oculto viento
dispersa por el aire muriendo en el ocaso.
No ser ni querer nada, no dar un solo paso,
pensar las emociones, sentir el pensamiento.

La dulce melodía que duerme al que está hambriento
o la canción del ciego; del sordo, los colores.
Ser un tranquilo lago, vecino de las flores
que el sol ha cultivado con rayos de alimento.

Al borde del hastío, al borde, sin pisarlo,
ir cerca del vacío pero jamás mirarlo,
ser culto como un libro que nunca ha sido abierto.

Y no insistir en nada, y ser algo tan bello
como las huellas vanas que deja algún camello
sin carga ni destino que va por el desierto.

___

Hay un grupo de niñas, de nenas muy contentas
que van tomando juntas la curva del camino.
Sus voces son tan dulces que pronto me imagino
un coro de felices e ingenuas Cenicientas.

Las veo que se alejan, ¿serán ellas dichosas
tal como son sus voces cantando en el sendero?
Las veo que se alejan, la vista es bella pero
de pronto siento un triste pesar por muchas cosas.

¿Será por el futuro que acaso les aguarda?
¿Por la inconciencia pura que ahora las resguarda
hasta que un día nunca más vuelva a ser así?

Ignoro cuál ha sido la causa de mis penas,
no sé si fue por ellas, aquel grupo e nenas,
o al verme frente a ellas sentí pena por mí.

___

La muerte hasta mi puerta llegó parsimoniosa
y desplegó la seda, su alfombra y sus damascos.
Me dijo que en sus ojos no habrá dolor ni atascos
para lo que deseo, que quiere ser mi esposa.

"Yo soy la clara lumbre de los oscuros lechos,
el pan de mesas pobres, la más fiel compañera
del solitario triste, el fin de toda espera,
la mano delicada que enfría ardientes pechos",

me dijo la intocable, la de los ojos bellos,
que va tocando a todos, que roza los cabellos
del hombre desvelado logrando que sosiegue.

Muy cerca de mi puerta me dijo que me ama
y que todas las noches me sigue y que me llama
para partir con ella cuando el momento llegue.

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