miércoles, 14 de noviembre de 2012

"Un viaje fantástico", poema de Bartrina

UN VIAJE FANTÁSTICO

No sé dónde, ni sé cuándo
hubo un ente original
que para ser inmortal
pasaba el tiempo buscando
la piedra filosofal.

Y aunque por rico pasaba
y aunque sabio se creía,
trabajando noche y día
por buscar lo que soñaba
perdió lo que ya tenía.

De su suerte la impiedad
maldijo airado y terrible
y por calmar su ansiedad
de saber, creyó posible
hallar la felicidad.

Arreglóse el equipaje,
cambió un tubo por un traje,
quemó su laboratorio,
y así emprendió su ilusorio
y fantástico viaje.

Al cabo de buen espacio
y de buen rato de andar,
vio a lo lejos a un juglar
que iba a un señorial palacio
para sus penas trovar.

Al divisarle su vista
siguióle un rato la pista,
alcanzóle, y -Perdonad
-le dijo nuestro alquimista-,
-¿sabéis qué es felicidad?
-¿Felicidad? Es pasar
en un deliquio la vida
y dulcemente cantar
los placeres del amar
al pie de nuestra querida.
-¿Y nada más es?
-Sí, a fe,
amar entusiasta el arte.
-¿Y eres feliz?
-¿Yo?, no.
-Ve, pues, -y el buen juglar se fue
con la música a otra parte.

Sonrió el alquimista, apenas
de él el juglar se ausentó,
cruzó praderas amenas,
hasta que al fin las almenas
de un castillo divisó.

Tras mucho andar se vio enfrente
de aquel enhiesto castillo,
hallóse con otra gente
y bajaron el rastrillo
con el levadizo puente.
Por él paso el cenagoso
y profundísimo pozo,
y entró en el recinto, donde,
pensativo y caviloso,
encontró al ceñudo conde.
Inclinóse y saludó
a la altiva majestad
(que ni siquier le miró),
y cual siempre, preguntó:
-¿Sabéis qué es felicidad?
-Felicidad es la ley
imponer a nuestra grey
y unir, pues me corresponde,
a una corona de conde
una corona de rey.
-¿Y sois feliz?
-Y ¿quién lo es?
Si un rey antes me humilló,
él lo será, mas yo no,
ya que me incliné a sus pies.
Dijo el conde, y se marchó.

Al sacerdote halló luego
y a la condesa y a un paje
y a todos alzó su ruego
explicándoles con fuego
el objeto de su viaje.

-Fuera feliz -la condesa
le dijo, -a ser yo duquesa,
que ahora, de mi suerte esclava,
para mí el placer acaba,
mientras para ella no cesa.
Entonces yo miraría
batirse con fe bravía,
al eco de cien clarines,
mil apuestos paladines
por una mirada mía.

-Feliz -respondióle el paje-
fuéralo yo, según creo,
si ciñera un marcial traje,
rompiendo en brioso coraje
cien lanzas en un torneo.
Y oír, alegre el corazón,
que aclamaran mi tesón
al rumor del añafil,
desde el pechero más vil
al más cumplido garzón.

-Feliz -dijo el sacerdote-
sólo lo es quien cree en Dios.
-Entonces ¿lo seréis vos?
-¡Yo!... -y calló, y luego a buen trote
se fue siguiendo a los dos.

Huyó presto el alquimista,
aburrido y despechado,
salió del castillo airado,
y hasta perderlo de vista
no respiró sosegado.
Caminó muy diligente
y creyó lograr su idea
acertada y prontamente,
al ver un corro de gente
a la puerta de una aldea.
Fuese allí con ansiedad,
abriéronle el paso todos
al ver su provecta edad,
y él les dijo en sabios modos:
-¿Sabéis qué es felicidad?

Cuando la pregunta oyeron
su objeto no comprendieron;
unos al cielo miraron,
al suelo otros se inclinaron,
y al fin así respondieron:
El menos necio: -¡No sé!
Un labrador: -¡Ya se ve!,
tener yugadas de tierra,
no ver de señores guerra
e ir a los autos de fe.
Uno: -Por siempre gozar
del amor de una mujer.
Una (en voz muy baja): -¡Amar!
Aquel a esta: -Tu adorar.
Esa a aquel: -¡Ay!, su querer.
Uno rico: -La indigencia.
Uno pobre: -La opulencia.
Uno muy viejo: -La infancia.
Uno estúpido: -La ciencia.
Uno sabio: -La ignorancia.

Cuando halló en tan pocos seres
tan diversos pareceres,
nuestro cuitado alquimista,
antes de hablar las mujeres
se marchó con planta lista.
En su loco desvarío
el mundo cruzó bravío
de su bello ideal en pos,
viniendo a ser un Judío
errante número dos.
Matóle su ideal maldito,
y arrepentido y contrito,
dejó, fruto de su numen,
de sus viajes el resumen
en quince líneas escrito:
«Nuestra vida pobre y triste
sólo en un punto consiste,
que fijó la suerte ciega
entre un ayer que no existe
y un mañana que no llega.
Y cansados de no ver
el goce en nuestro alredor,
en nuestro cruel padecer
solo llamamos placer
a la escasez del dolor.
La felicidad que amamos
siempre está en lo que perdemos
y siempre en lo que buscamos,
y ¡ay!, nunca está en lo que hallamos
y nunca en lo que tenemos.»

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