Con Topología de una página en blanco, nos adentramos en el universo de la filosofía del lenguaje como motivación poética. El lenguaje poético se cuestiona a sí mismo, indagando en el corazón de la página, entre una semántica metafísica del lenguaje que se sustenta en simbologías, creando un espacio poético dentro de su propio espacio.
Versos que por su naturaleza narrativa se desmarcan de la poesía convencional, Alejandro va experimentando el suceso de la escritura que vierte sus formas en la página, conformando sus relieves y sus hondonadas, sus traiciones de significados y metasignificados a través del lenguaje, de las simbologías. Así, dice “extraída de su contexto, cualquier frase funciona como símbolo”.
Los símbolos se crean a través de la composición sintáctica, el contexto se relega para dar prioridad al texto en cada una de sus frases, adquiriendo valores que trascienden lo poético para adentrarse en el terreno de la filosofía lingüística y el problema de la palabra. Un recorrido repleto de reminiscencias filosóficas y lingüísticas que podemos observar en algunos párrafos como cuando nos dice el poeta
(...)Cada palabra se cree irrefutable preñada de certeza
sus signos en la realidad no existen
cuerpos huecos
todo tendrá que ser imaginado y habrá que trabajar
sobre la ausencia
aun así qué difícil fabricar sintaxis
que no tenga el don de predecirse (...)
Siguiendo la estela de los lingüistas como Saussure, que se cuestionaron la significación de las palabras en esa dualidad del signo lingüístico, o de filósofos como Wittgenstein, quien puso en duda el valor del lenguaje como representación de la realidad. Con todo ello, nos va desgranando a través de su poética esa duda razonable que se esconde en cada palabra, en cada frase, en cada párrafo, deconstruyendo el estructuralismo poético desde una óptica innovadora que implica también el auténtico sentido de la idea y que pretende ser a la vez crítica del aparato lingüístico.
Alejandro es consciente de los peligros embaucadores de la palabra, de sus traiciones y su irrealidad. La arbitrariedad que impregna todo lenguaje es a la vez lo que nos induce a un caleidoscopio interpretativo que se hace relevante en los ojos lectores, en esa percepción única que se fragua en cada lector “¿no eres tú también un artificio un disfraz una desfiguración de las posibilidades del lenguaje? la última posibilidad del lenguaje ¿la última?” escribe.
Sin el lector no existe el poema, se advierte aquí un acercamiento a las teorías semióticas de Eco, en particular a su ensayo Lector in fábula, cuando entiende la interpretación como el auténtico acto literario en el que el lenguaje textual cobra un sentido individual superando la universalidad, pero partiendo de ella como referencia. La idea de la multiplicidad se hace evidente, pero también los peligros que lleva implícito el lenguaje, la traición de la palabra en sus engalanados vericuetos: “la cáscara de un nombre” “el hueco que la nombra” o cuando afirma
la verdad no resiste
el abrazo fraternal de la firmeza
la idea busca apoyo sobre su capacidad embaucadora
y desde esa inconsistencia tratará de saltar
La incapacidad del lenguaje para expresar realidades se hace patente, y avanza el libro explorando caminos de expresión diferentes, que unen imagen y palabra, llegando a la expresión visual del poema, siguiendo el rastro de Apollinaire en el caligrama que representa un pozo que va estrechándose hasta el su completo ahogo “cualquier página podría ser un pozo en el que ahogarse” y se ahoga en esa inconsistencia ineficaz que deslumbra, pero no contiene. Elementos simbólicos confirman esta crítica, como el poema escrito al revés o la hoja oscura entre las páginas blancas, quedando patente así su visión crítica del lenguaje.
El lenguaje poético se hace consciente de sí mismo, el poeta se recrea en la multiplicidad de las expresiones variadas que adopta la estructura del texto, conjugando distintas versiones combinatorias que no dejan de plantearse ese cuestionamiento filosófico que bien podríamos llamar wittgensteiniano, porque parte de sus planteamientos, pero se va alejando hacia el mundo de las simbologías como manera de mostrar otras formas de comunicar su poesía.
Topología de una página en blanco no es un poemario al uso, no contiene tintes emocionales y se desprende de la inmediatez característica del poema para conformarse en un “continuum” indagador, un poemario de corte reflexivo y rompedor, que crea un espacio distinto, experimental y, a la vez, pleno de certezas que se clavan directamente en la herida del pensador que busca y bucea en los mundos del lenguaje y sus significados desde una perspectiva no exenta de crítica. Una excelente y particular visión lúcida sobre la semiosis poética desde su propia entraña.
Alejandro Céspedes (Gijón, Asturias) es licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Oviedo. Desde 1985 reside en Madrid. Ha publicado varios libros y obtenido varios premios literarios, entre los que destacan el "Blas de Otero" en 2008, "Premio de la Crítica de Asturias" en 2008, "Hiperión" en 1994. Más información en su web www.alejandrocespedes.com.
[Publicado originalmente aquí.]
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