A través del espejo, por Antonio Rivero Taravillo
Un
poeta debe acostumbrarse a leer mucha y buena poesía, independientemente de que
el registro, el estilo, la temática coincidan o no con sus gustos personales.
Es la única manera de sacudirse la comodidad, la facilidad, esa gangrena que va
tomando posesión de su voz y que suele adoptar la forma de una tela o membrana
contra la que rebotan las palabras, un pañuelo en la boca que, si no permite el
contagio con su mascarilla, deforma el decir, lo distorsiona, deviniendo en
mordaza cuando no directamente en asfixia. Topología
de una página en blanco pertenece a un tipo de poesía inquisitiva y
filosófica que no es del gusto de la mayoría y, desde luego, difícilmente lo
será del lector común que identifica el género poético con el de la escritura
intimista, confesional, que apela a las emociones. Emocionar es una de las
funciones de la poesía, pero no la única.
A
la inteligencia apela este libro, en realidad un único poema en los diferentes
avatares de las páginas. Su autor, Alejandro
Céspedes (Gijón, 1958), ha recibido importantes galardones por su obra,
incluido el Premio Hiperión en 1994. Filósofo, en cierta ocasión declaró que se
acercaba a la escritura de un libro de poesía como si se tratara de una novela,
de un modo orgánico, en derredor de un tema. Esto se ve en obras suyas
anteriores y en esta de hoy.
La
página en blanco del título, el silencio, es la preocupación principal que
aborda Céspedes. Como él mismo escribe en su prólogo, el libro “es una poética que se efectúa desde dentro
de la misma poesía y una poesía que se piensa en el lenguaje mientras está produciéndolo.”
Aunque
no se menciona en ningún momento (y el autor ofrece una amplia lista de
reconocimientos) me ha recordado a Lewis
Carroll y su Alicia a través del
espejo. También a Mallarmé o, ya
que el Pisuerga pasa por Valladolid, a Francisco
Pino. Los blancos, los espacios que vulnera la palabra luchan con la tinta,
lo escrito sin puntuación. “¿Es posible
bañarse dos veces en la misma página?” se pregunta Céspedes en esta obra de
transformaciones en la que no falta el homenaje a Heráclito y a la combinatoria cabalística, como cuando hace reparar
al lector que las palabras diáspora y paradiso tienen las mismas letras. Juega
con la disposición tipográfica, manipula los caracteres en vertical, en forma
geométrica, apretándolos, espolvoreándolos de esa harina de tinta calamar, la
negrita. Incluso hace que una página solo sea legible con un espejo (una hoja
de acetato brillante insertada para ello). En cierto lugar escribe Céspedes: “Un hombre / resbala por el hielo y en el
reflejo cree / ser él mismo”.
Las
matemáticas tienen una presencia importante aquí, como en la página 66: “ésta es la fórmula: / ángulo de la mirada
oblicua por el cociente del exterior y el exterior más la raíz del límite entre
ambos (siendo el límite el índice de refracción de una mirada x) / es igual a
poema // el resultado de esta ecuación es siempre el mismo: / las palabras /
heredan la orfandad de las ideas”.
Y
también la paradoja, con Escher con
sus construcciones imposibles: “dos
escaleras se abrazan acoplan sus peldaños / ellas afirman que ahora ninguna
sube / ni desciende”. La cinta de Moebius, que en algún momento se cita,
hace que se relativice la noción del tiempo, como se nos recuerda brillantemente
en “arden viejas hogueras para cenizas
nuevas”.
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