Advertencia
Para esta segunda serie
«Nunca segundas partes fueron buenas», decía, algo ligeramente, el Príncipe de los ingenios españoles, al mismo tiempo que se contradecía en la segunda parte del Quijote , infinitamente superior a la primera.
El autor de las Escenas , que desde principios de 1832 venía ensayándose en un nuevo género literario con el corto candal de fuerzas intelectuales y escasa instrucción que le permitía su edad juvenil, y cohibido también por la censura suspicaz y meticulosa que por entonces cortaba las alas del ingenio, no pudo hacer más que iniciar, digámoslo así, su pensamiento en la primera serie de estos artículos, que tituló Panorama Matritense y que comprenden los publicados desde 1832 a 1835.
Animado por la inesperada benevolencia de un público indulgente, aleccionado por la edad, con mayor observación moral y estudio literario, y desembarazado por completo de los rigores de la previa censura, emprendió desde los principios de 1836 la segunda serie de las Escenas Matritenses, creando para ello una publicación propia, indígena y popular, el Semanario Pintoresco Español, primer periódico literario ilustrado (como ahora se dice), con grabados tipográficos y que sostuvo bajo su exclusiva dirección los siete años, desde 1836 a 1842. -En este semanario, pues, y alternando con las diversas materias que exigía su combinación, emprendió y siguió el autor constantemente en dicho período la segunda serie de las ESCENAS MATRITENSES, que es la comprendida en el presente tomo, desde el artículo El Día de toros hasta el de La Guía de Forasteros.
Siguiendo su propósito de describir festivamente, corrigiendo, nuestras costumbres sociales, aunque en muy diverso teatro y con más ventajosas condiciones que en la época anterior, comprendida en su Panorama, trató, en cuanto estuvo a su alcance, de hacerse digno de la benevolencia del público, que había conquistado sin merecerla en su primero y débil ensayo; procuró dar mayor importancia o intención a su pensamiento, diversa forma a su expresión, y más originalidad y corrección a su estilo. -Trabajó para ello en emanciparse de los modelos extraños, que no pudo menos de tener presentes en la primera parte; quiso penetrar más hondamente en el seno de la vida íntima de nuestra sociedad, sin limitarse, como en aquélla, a los usos populares, a la vida exterior, digámoslo así; renunció muchas veces en la exposición de sus cuadros al recurso monótono de colocarse en ellos en primer término, como lo acostumbraba en la época anterior, y procuró formar una narración independiente, dramática y que recordase (cuando no alcanzase a imitar) el giro, la intención y hasta el estilo de nuestros buenos escritores: Cervantes, Quevedo, Mendoza, Guevara, Alemán, Espinel y Moratín. -Si llegó o no a conseguirlo es lo que el público sólo tiene derecho a juzgar. Al autor le basta confesar su patriótico intento, si ya no lo revelara claramente en todas sus líneas, y más especialmente en los artículos o cuadros de El Día de toros, Madre Claudia, o De tejas arriba; El Recién venido, El Entierro de la sardina, La Posada, o España en Madrid; Los Románticos, La Junta de cofradía, Las Sillas del Prado, y otros varios.
En lo que no cambió un punto de su primer propósito fue en procurar conservar o guardar siempre la distancia conveniente de las ocurrencias políticas, de las circunstancias, entonces extraordinarias, del país. Proponiéndose pintar a éste bajo su aspecto tranquilo y normal, y aun sabiendo muy bien que al renunciar al interés palpitante del momento arriesgaba el inconveniente de no ser leído ni estimado por las personas competentes, no pudo dominar la invencible repugnancia con que, por carácter y por convicción, continuaba mirando el para otros tan fecundo campo de la política; y confió siempre en que, conservándose ajeno a aquellas ambiciones, vuelta la espalda a las discordias y agitaciones momentáneas del país, hallaría acaso entre la masa del pueblo una porción más o menos numerosa dispuesta a apreciar su tarea moral. Y que si ésta, por su corta influencia o escaso número, no le recompensaba con aplauso sonoro ni expresiva popularidad, acaso le brindaba para lo sucesivo con una simpatía más sólida y duradera, una vida más larga, tranquila y exenta de remordimiento y sinsabor.
Por fortuna, puede decir que acertó en su raciocinio. Las circunstancias febriles de aquella época pasaron ya: con ellas desaparecieron los escritos que les fueron consagrados y las palmas tempestuosas que produjeron a sus autores. Los hombres pasaron; pero el hombre queda siempre, y el pintor de la sociedad sustituye al retratista de la historia. La favorable acogida que el público español continúa dispensando, después de medio siglo, a esta obrilla, y las repetidas ediciones hechas de ella en este período, prueban, no un mérito que realmente no tiene, sino la solidez del raciocinio y la precisón del cálculo del que en circunstancias excepcionales tuvo la suficiente abnegación para prescindir del aplauso del momento, y se propuso pintar el estado normal, las condiciones esenciales de nuestra sociedad, procurando en su cuadro acercarse, en cuanto le fue posible, a las cualidades que aseguran la permanencia a las obras literarias. La moral y la verdad en el fondo, la amenidad en la forma, y la pureza y el decoro en el estilo.
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