jueves, 19 de septiembre de 2013

Juan Eduardo Cirlot escribió "Del no mundo" (1969, edición del autor). Al completo en 2 entradas (1)



El “modelo” del deseo está ahí. Su estar no es signo de esperanza (posibilidad), pues la distancia (espacio, tiempo), desuniendo, impide. La intuición de amor es absoluta. Todo lo de después (ser o no ser) es relativo, contingente, deteriorado. Está amenazado desde dos interiores y toda la exterioridad.

Ser ahumano solo es un aspecto de ser amundano. El que rechaza en su fundamento un cosmos espacial-dinámico-temporal, rechaza lo humano. Se rechaza a sí mismo en cuanto no es pensamiento extático.

La persistencia, con todo, le constriñe a manifestarse, actuar, relacionarse. Pero todo es “comportamiento en exterioridades”, pluralidad de divergencias disonantes, con ocasionales simultaneidades. El que rechaza está aparte, como un alma en medio de un inmenso solar lleno de restos y deshechos.

El mundo es el lugar donde nada permanece (consecuente consigo), lo nunca puede darse, pero ni lo que aparece existe fuera del tiempo. El tiempo parece ser una condición continente-contenido que, a cambio de dar el estar, exige el deteriorar hasta la aniquilación.

El hombre interior puede pensarse como ser ahumano. Basta conque haga abstracción de todo cuanto le rodea circunstancialmente. Y todo es circunstancia (no solo el lugar, la época y la situación); hasta el cuerpo, el pensamiento y el destino propio son circunstancia.

El objeto del amor es el signo de la invalidez, de la carencia del yo. Amar “lo otro” es no poder amar suficientemente lo uno, lo Uno. Es decir, ni el centro ahumano de la mismidad, que cabría imaginar inespacial e intemporal, esto es, acircunstancial.

Lo “no” pudiera ser una apariencia -ya que la nada, en sí, es inexperimentable-. Sería la apariencia fundamental del individuo, como asignación de espacio y tiempo en que “él” (o ello) no está (no es). Apariencia desde el sentido general del ser, no desde el ángulo del ente discontinuo.

La posibilidad, más aún, la necesidad de fundamentarse en la apariencia (sucesión de entes, estados, extensiones) sería el destino del existente, determinante, en lo afirmativo, de lo extructural [sic]; en lo negativo, de la insuficiencia, de la carencia de cada “sí”.

Nadie, en realidad, puede ayudar. Nadie puede hacer nada por ti, ni en lo esencial ni en lo circunstancial. No debes esperar nada, desear nada, confiar en nada. Tienes, sin embargo, que seguir actuando (pero, progresivamente menos, orientado a lo solo necesario), porque tu circunstancia lo exige. (Por ahora.)

Buda se equivocó. La causa del dolor no es el deseo, sino la carencia que motiva el deseo. Por la renunciación y el ascetismo se anticipa la muerte, pero no se resuelve el problema -los problemas- de la vida (engendrados por la radical carencia del ente que siente, sabe y se sabe).

Desinteresarse de todo lo exterior es imposible, razonablemente, cuando se tiene ya una existencia construida con interrelaciones. Basta recordar el “verdadero carácter”  de todo ello, y buscar el equilibrio en lo interior. Pero no como plenitud de sentido, ni como lugar donde lo universal refluye o coexiste, sino como la pura nada.

Este vacío esencial, en torno al cual se pueden admitir toda suerte de relaciones, objetos, sentimientos, ha de poseer bastante fuerza como para que una pérdida o renuncia sean disueltas en su espiral, sin grave padecimiento. El padecer significa la insuficiencia aniquilante del vacío interior, la “diferencia” entre herida y fuerza.

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