miércoles, 6 de noviembre de 2013

Greguerías (3) de Ramón Gómez de la Serna en “Greguerías escogidas”, Agencia Mundial de Librería

La criada rompeplatos por excelencia es la que por romper más vajilla se rompe un omoplato.

Se queja el viento como si le hubiesen pisado un pie todos los carromatos.

Se sospecha que hay cosas que no quiere conseguir la civilización, no que no pueda. Así, entre esas negativas, generalmente industriales, de la vida está el crear las medias irrompibles, el puro incandescente, la pastilla de jabón que no se desgaste nunca.

Entre las satisfacciones de los médicos debe estar la de lavarse las manos con una toalla recién estrenada.

El bizco no se encuentra nunca a sí mismo. Siempre anda buscándose por todos lados.

El mar se pasa la vida duchando a la tierra para ver de hacerla entrar en razón.

Es conmovedor en las óperas ver que cuando lloriquea la que canta, todo el coro la consuela en seguida.

Erudición debería tener hache. No se sabe cómo una cosa tan seria está desprovista de ese gorrete.

Hay que ver lo orgullosas de su espada que están las palabras que llevan una p al cinto.

En los menús debe escogerse todo lo que está manuscrito y no pedir nunca nada de lo que esté impreso, que pertenece al museo bacteriológico del restaurante.

Las interrogaciones de los ganchos de las perchas son muy oportunas preguntándose constantemente: “¿Quién vendrá? ¿Qué sombrero me tocará sostener?...”

La quesera es un aparato suplicante... El queso se asfixia y sufre atrozmente en la quesera. “¡Ya no puedo más! ¡Ya no puedo más!”, dice con voz ahogada.

Al pasar frente a las joyerías vacías de la noche se piensa que todas las joyas se han ido al teatro.

El ventilador, además de afeitar el aire, borra las ideas.

Me alegran las roturas de las bocas de riego o de las cañerías, porque crean arroyos serenos, los arroyuelos que mantienen frescas las raíces de la ciudad.

Las estrellas son los puntos suspensivos del cielo.

La escena de la chiquillería bebiendo en las fuentes de muchos caños, es la de numerosos cachorros amamantándose en una misma madre.

Se sentían las chillonas golondrinas como un adorno cursi del sombrero de la tarde.

Parece que el Señor, antes de lanzar una nueva alma al mundo, la prueba en un cuadro eléctrico, como hace el que nos vende una bombilla.

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