martes, 28 de enero de 2014

"Cuadernos (1957-1972)" de Cioran (4)

Solo hay que escribir y sobre todo publicar cosas que hagan daño, es decir, que recordemos. Un libro debe hurgar en llagas, suscitarlas incluso. Debe ser la causa de un desasosiego fecundo, pero, por encima de todo, un libro debe constituir un peligro.

Lo que se escribe sin pasión acaba aburriendo, aunque sea profundo. Pero, a decir verdad, nada puede ser profundo sin una pasión visible o secreta. Preferentemente, secreta. Cuando leemos un libro, sentimos perfectamente dónde ha padecido el autor, dónde se ha empeñado y ha inventado; nos aburrimos con él, pero en cuanto se anima, aunque se trate de un crimen, se adueña de nosotros un calor benéfico. Habría que escribir solo en estado de efervescencia. Lamentablemente, el culto del trabajo lo ha arruinado todo, en particular en el arte. De él, de ese culto, procede la superproducción, auténtico azote, que es funesta para la obra, para el autor, para el propio lector. Un escritor debería, en el mejor de los casos, publicar solo la tercera parte de lo que ha escrito.

Todo lo bueno o malo que tengo, todo lo que soy, se lo debo a mi madre. Heredé sus males, su melancolía, sus contradicciones, todo. Físicamente, me parezco a ella punto por punto. Todo lo que ella era se agravó y exasperó en mí. Soy su éxito y su fracaso.

La muerte de una persona querida se siente como un insulto personal, como una humillación que se agrava porque no sabemos contra quién arremeter: la naturaleza, Dios o el propio difunto. Es cierto que sentimos rencor por este último, que no le perdonamos fácilemnte que haya elegido esa opción. Podría haber esperado aún, consultarnos... Solo de él dependía que siguiera viviendo. ¿Por qué esa precipitación, ese apresuramiento, esa impaciencia? Seguiría vivo, si no se hubiera apresurado tanto hacia la muerte, si no hubiese dado su consentimiento con tanta ligereza.

Me horroriza ejercer influencia alguna; sin embargo, me gustaría ser alguien... por mi ineficacia. Turbar a las mentes, sí; dirigirlas, no.

Un escritor no debe expresar ideas, sino su ser, su naturaleza, lo que es y no lo que piensa. Solo podemos hacer una obra verdadera, si sabemos ser nosotros mismos.

Toda literatura comienza con himnos y acaba con ejercicios.

"Toda la filosofía no vale una hora de dolor." Desde mi época de insomnios he hecho inconscientemente esta afirmación de Pascal, siempre que he leído o releído a un filósofo.

Habría que atacar solo a Dios. Solo Él vale la pena.

Nada hay tan desmoralizador como el ideal realizado.

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