Diente por diente
I
En el país de la risa la ceniza precede al fuego
La nieve precede al pájaro
Las lágrimas a sus tronos
Lo que es esperanza en un comienzo se hace huella en el
camino
Lo que ocurre deja los colores desunidos
Pero sujetos a una especie de impostura oscura
Para perder la vida no hay mas que un motivo el cielo
Las bocas huelen al deseo de descubrir un hermoso crimen
Un café nunca está lejos
Unidos por una misma tendencia
Cuando el alba paga las nubes con su vida
Unidos por el bajo relieve de una voz venida a menos
Unidos como monedas en el precio de una mujer desnuda
Los miembros de un hombre no dejan allí nada que desear
Como eclipses parciales
Como solos de arpa
Como tiros al aire
Como cerillas
III
Tanto progreso introducido en
nuestra jaqueca pálida miseria de estufa
sin dolor sin domador sin
nada parecido a vientre maternal ni
a tesoros ocultos
viejos lobos de esperanza fumando
en el origen de las lágrimas lejos de las
montañas que sangran por la nariz de las flores
amargura reemplaza las úlceras de lacre
los cangrejos en las tardes de lluvia
las mujeres perdidas en cada
emboscada de frío que
sobresale aun de las ramas disfrazadas de estatura
mercancías luminosas de sus rodillas
dispuestas a caer al borde de la sombra en llamas
como grúas de sinceros impulsos
cadenas de los siempre incomprendidos
IV (fragmentos)
Las alas nos son contagiosas porque el alma no es sino una
costumbre de cuanto se siente capaz de sufrir.
Están ocurriendo días en los que nuestra sangre por mucho
que nos palpa ya no nos reconoce. Gira a una velocidad tan distinta a la de
nuestras frentes que toda noción puede prácticamente darse por perdida. Un confuso
torbellino traslada al infinito el punto matemático donde nuestras vísceras se
juntan.
Las alas siguen siéndonos contagiosas y casi siempre
mortales.
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