20
Si esto es uno
¿qué será dos?
No es tan solo uno más uno.
A veces es dos
y no deja de ser uno.
Como a veces uno
no deja tampoco de ser dos.
Las cuentas de la realidad no son claras
o por lo menos no lo es
nuestra lectura de sus resultados.
Se nos escapa así
lo que hay entre uno y uno,
se nos escapa lo que hay
simplemente adentro de uno,
se nos escapa
lo que hay en menos uno,
se nos escapa el cero
que circunvala o acompaña siempre
a uno y a dos.
La rosa, ¿es una?
El amor, ¿es dos?
El poema, ¿es ninguno?
21
La franja de locura
que empalma la vigilia con el sueño,
esa degradación o desenlace,
ese desequilibrio que nos lleva al dormir,
desparrama todas las creencias,
todas las certidumbres,
como semillas huecas que nos muestran
que existir es un enclave
supletorio del caos.
Disgregarse de figura en figura,
de sustancia en sustancia,
de caída en caída,
no es el desconcierto de un lenguaje
que se mezcla con otro,
sino la muerte misma del lenguaje,
porque los lenguajes también mueren.
Y quedarse sin lenguaje
es retroceder hasta más allá del nacer,
hasta las figuras resecas de la nada,
ya que la nada también tiene sus figuras.
La franja de locura
que despeña la vigilia en el sueño
es justamente eso:
la experiencia sin verbo
de una nada concreta.
24
Los diferentes ángulos de la lluvia
nos distraen de la más íntima
naturaleza de la lluvia:
caer siempre perpendicular a algo.
Así a veces cae perpendicular al corazón,
pero el corazón tiene miedo
y escapa de todas las perpendiculares.
Otras veces cae perpendicular a los muertos,
pero los muertos ya no aciertan ninguna geometría.
Y otras veces cae perpendicular a la noche,
pero la noche la abraza como un surtidor por todas partes.
Sin embargo la perpendicular de la lluvia,
para cumplir su llamado,
no necesita ni siquiera una línea,
sino tan solo un punto donde poder caer
y hundirse plenamente.
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