Escena de infancia
De niño encendí hogueras
para quemar lombrices de tierra vivas.
Veraneaba entonces en el valle de Hecho.
La crueldad de quienes
torturaban sapos me asqueaba,
alguna vez llegamos a las manos.
Lombrices: carne
rosa hasta la indefensión, universales anillos
de sufrimiento mudo.
Se retorcían como seres humanos.
Yo celebro
Canto
mientras mi jardín se agosta.
Canto
mientras agonizan mis animales mis padres y mis hijos.
Canto
mientras mueren mares que no he navegado
selvas que no he hollado
ciudades que no he conocido.
Canto
con mi dulce cósmica expansiva
carraspera de cadáver más brillante.
Justificación de la poesía
La poesía es injustificable.
La tensión de las sílabas no es ni con mucho tan alta
como la de las zumbantes torres eléctricas hincadas en el lomo de la tierra.
La energía represada en los versos resulta ridícula
en comparación con la embalsada por la presa.
La canción y el cirujano prestan ayuda a la vida
—¿quién preferiría la de la canción?
La poesía tiene manos de nieve,
tiene manos de cebolla, tiene manos de arena.
Su respuesta al último para qué
es un silencio
ensimismado de angustia y de esperanza.
La respuesta del ser humano
al último para qué
es también un silencio
ensimismado de angustia y de esperanza.
El ser humano es injustificable.
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