miércoles, 14 de mayo de 2014

"Mentiras", Rocío Peñalta Catalán en "Andar por casa (2)




Mentiras

Lo admito, me gusta mentir. Pero no engaño a nadie. Sólo a mí mismo. A veces me digo cosas que no son del todo ciertas como «Querer es poder», «Ánimo, tú puedes conseguirlo», me digo. «No eres ni más ni menos que los demás», «Has estado a punto de lograrlo», «No tienes que compararte con nadie». «Todos somos únicos», me digo.
Me engaño sobre mi estado de ánimo: «Hoy te has levantado con el pie izquierdo, mañana estarás más animado». O miento acerca de mis sentimientos: «Esa chica empieza a gustarte», cuando en realidad estoy locamente enamorado. «No tenéis una relación seria, cada uno es libre de hacer lo que quiera», me digo. «Tú no eres celoso» o «Serías capaz de cualquier cosa por ella», «Matarías a quien intentase interponerse entre vosotros», «Pero si apenas la conoces...».
También me digo cosas como «Tienes clase, estilo, carisma»; «Eres especial». O algo así como «Esa mujer te ha mirado, seguro que le interesas», «A tu vecino le gusta tu traje», «Tus amigos te envidian».
O «Ese hombre lleva la misma corbata que tú», aunque no lleve corbata...
También invento rumores sobre mí mismo y me los susurro al oído: «En el trabajo creen que eres gay». Y me contesto: «No tengo que dar explicaciones», «Que crean lo que quieran», «No me importa lo que los demás piensen de mí», «Estoy por encima de todo eso»... pero puede que no siempre sea cierto.
También suelo engañarme con mis aficiones, pretendo hacerme el interesante: «Me gusta la numismática» o «En mi tiempo libre, colecciono sellos» o «Diseco mariposas; mira, ésta es una bómbice del alianto», cuando en realidad me paso las horas conectado a internet... pero, ¡si soy un analfabeto digital! «No sabes ni coger un ratón», me digo, a pesar de mi licenciatura en ingeniería informática, ¿o era aeronáutica? «Pero si eres de letras...».
«¿Por qué no vas a un restaurante chino?, te encanta la comida asiática», me digo. «Pero si eres alérgico a la soja», exclamo. «Siempre has preferido la comida italiana», «Te vuelve loco el cous-cous», me digo.
A veces miento sobre mi edad: «Ya estás mayor», me digo. «Aún estás en edad de hacer locuras, si apenas tienes 20 años» o «Nunca superarás la crisis de los cuarenta», me convenzo.
Algunos días me ilusiono con noticias como: «Antonio, tu jefe está pensando en darte un ascenso». Y planeo un viaje con el aumento de sueldo: «Si ahorro, podré ir a La India, siempre lo he deseado», aunque lo que en realidad quiero es tomar el sol en alguna playa del Caribe... o tal vez preferiría hacer una excursión por los Alpes suizos.
Otros días estoy negativo y pienso: «Se me acaba el paro, tendré que empezar a buscar empleo» o «Este trabajo es demasiado aburrido para ti, tantas horas encerrado en la oficina...». Pero en realidad tengo un trabajo emocionante, soy astronauta o detective privado. Otras veces invierto en la bolsa: «Compra acciones ahora, antes de que suba el IBEX 35», me digo apremiante.
A veces me engaño sobre mi aspecto físico. «Los años no pasan en vano, te estás quedando calvo», me digo. Al día siguiente, me miro en el espejo y exclamo: «¡Daniel, deberías cortarte esas greñas, las rastas ya no se llevan!». «Es duro ser mujer, odio que se me hagan carreras en las medias», confieso.
Empapelo el pasillo con carteles: «He perdido a mi perro», me digo y miro a mi gato que ronronea en el sofá.
«El vecino del tercero te ha rallado el coche», me digo y me enfado con él. Luego saco mi scooter del aparcamiento. «A estas alturas ya deberías tener carnet de conducir», me digo.
«Es reconfortante recibir tantas cartas de tus fans, aunque a veces agobia un poco», pero reconozco que es divertido. O lo sería... Saco del buzón una factura de la luz y publicidad de Telepizza. Alguna vez me escribo un anónimo y lo paso por debajo de la puerta. «Han secuestrado a tu hija», me digo. O a tu hermano... no sé bien si lo tengo.
A veces me miento sobre mi número de DNI o sobre los fondos de mi cuenta corriente. Algunos días cambio de domicilio: «Tu casa está en 63th Ewhurst Street», me digo o en la Quinta Avenida. A veces no recuerdo bien dónde vivo: «¿Ves, Jorge? Ya te has perdido», me digo mientras meto la llave en la cerradura del portal.
En ocasiones, mi trabajo me obliga a viajar. «Ya lo sabías cuando decidiste ser diplomático», me digo. A veces soy agente de la CIA o tengo que huir de la mafia. «Te persiguen por tus deudas de juego», me reprendo. O la policía me busca por mis crímenes de guerra, «Serás juzgado por un tribunal internacional».
A veces hago cosas emocionantes: he formulado la teoría de la relatividad, «Fue genial cuando te dieron el Premio Nobel de la Paz», me recuerdo. A veces descubrí América o un satélite de Neptuno.
También miento sobre mi nombre: «Sabes que el nombre que aparece en el carnet no es el verdadero», me digo, «en realidad te llamas Víctor o Guillermo». Un día soy James y otro Vincent o Carla. También me he llamado Marie Curie, Adolf Hitler, Gustav Klimt, Johan Sebastian Bach, Clint Eastwood... «Todos conocen tu nombre, Miguel de Cervantes», me digo. «Eres famoso en el mundo entero, Sidharta».
Pero cuando lo pienso detenidamente, ni siquiera sé bien cómo me llamo, ni quién soy... Algunas veces soy yo y otras veces, tú.

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