miércoles, 7 de mayo de 2014

"Síndrome" y "Rebajas", Rocío Peñalta Catalán en "Andar por casa"



Síndrome

Ya había experimentado aquella sensación antes de abandonar la avenida principal. Ahora, en este callejón desierto, la impresión de que alguien me perseguía adquiría aún más consistencia. Las farolas dibujaban pequeños halos de luz amarillenta sobre la acera. El resto de la calle permanecía en una oscuridad casi absoluta. Un gato se deslizó bajo las ruedas de un coche abandonado. Avancé unos metros. Sólo se escuchaba el eco de mis pasos repetido por las fachadas ennegrecidas de los edificios, por los contenedores cubiertos de graffiti. Aparentemente, estaba solo. Sin embargo, podía imaginar la presencia de mi perseguidor oculto tras alguna esquina, en el umbral sombrío de alguno de aquellos portales. Continué caminando, echando miradas por encima del hombro, escudriñando en la noche con los ojos entornados. Entonces me pareció ver a un hombre de mi estatura iluminado por un rayo de luna. Inmediatamente, retrocedió para volver a desaparecer en la negrura de la noche. Definitivamente, lo había visto. Un hombre de complexión mediana, con un sombrero oscuro y una gabardina desgastada, similar a la mía. Aceleré el paso, con el anhelo de cruzarme con algún paseante nocturno o de que mis pasos me condujesen hasta alguna plaza concurrida. Cada vez lo sentía más cerca, casi me pisaba los talones. Había empezado a trotar, intentando aumentar la distancia que me separaba de mi persecutor. En un momento dado, me paré bruscamente y me di la vuelta. Allí estaba, a sólo unos metros de mí. Con unos zapatos iguales a los míos, también salpicados de barro, avanzó unos pasos, hasta que pude distinguir perfectamente sus facciones en la penumbra del callejón. Una barba de dos días erizaba un mentón prominente como el mío; los labios finos, similares a los míos, se contraían en un rictus severo, de impaciencia y hostilidad; mi propia nariz; mis cejas arqueadas, interrogantes; los ojos marrones, del mismo tono castaño que los míos, reflejaban los sentimientos contradictorios de miedo y curiosidad que ahora me asaltaban. Permanecimos unos instantes mirándonos en silencio y, entonces, después de un ligero carraspeo, con mi propia voz, me preguntó: «¿por qué me sigues?».


Rebajas

Acababa de recibir mi primer sueldo y decidí que me merecía un regalo. Así que, blandiendo mi tarjeta de crédito, entré en una de mis tiendas preferidas con la idea de darme un capricho. El escaparate se presentaba prometedor. Después de un buen rato rebuscando en los estantes y percheros, entré al probador con las manos llenas.
Había encontrado muchos más de los que me esperaba. Eran tantos y tan bonitos que me resultaba imposible elegir.
Los había largos y también cortos. Oscuros y claros, casi transparentes. Los encontré de formas diversas y distintas texturas. Para invierno y para verano. Algunos disimulaban mis defectos o resaltaban mis virtudes. Unos me sentaban peor y otros mejor, evidentemente.
Algunos me quedaban escasos. En otros podría perderme: tan grandes me quedaban. Algunos hacían juego con mis zapatos o con el color de mis ojos.
Descarté otros desde el principio. Ni siquiera intenté probármelos. Sabía que no me quedarían bien, que no iban con mi estilo, que no encajaban con mi personalidad. Incluso aunque me pareciesen maravillosos, sabía que no me sentiría a gusto con ellos.
Otros apenas los miré. Tal vez fuesen de mi talla, pero, simplemente, no me gustaban.
Quería algo original, único. Que no lo pudiese lucir cualquiera. No quería ser igual que la mayoría. Pretendía huir de la mediocridad y encontrar algo casi irrepetible. Un modelo exclusivo, por llamarlo de alguna manera.
Al final, después de muchas pruebas, de mirarme y remirarme, del derecho y del revés, no fui capaz de hallar uno perfecto y definitivo. Y sin poder decidirme por un único modelo, salí de la tienda cargada de adjetivos.
Aún no he encontrado el que me defina.

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