jueves, 19 de junio de 2014

Epicteto (7, y fin)


MÁXIMAS DIVERSAS

3. Igual que los centinelas, pide el santo y seña a cuantos se relacionen contigo, con objeto de que jamás te veas sorprendido.

5. ¿Qué ocurriría en una ciudad regida de acuerdo con las máximas de Epicuro? Pues que todo en ella andaría al revés: ni habría sociedad propiamente dicha, ni casamientos, ni magistrados, ni colegio, ni policía, ni urbanización. En ellas todos sustentarían opiniones que ahora ni las mujerzuelas más descocadas se atreverían a sostener. Por el contrario, en una ciudad donde imperen las máximas que dicta la razón, reinará la decencia y el orden. Todo el mundo obrará guiado por opiniones sanas; se verán honradas todas las virtudes; la justicia florecerá por sí sola; la policía estará bien reglamentada; los ciudadanos se casarán, tendrán hijos, los educarán y todos se esforzarán en servir a los dioses. El marido se contentará con su mujer, sin codiciar la del prójimo; con sus bienes, sin ambicionar los ajenos. En una palabra, todos los deberes serán cumplidos y todas las relaciones sociales debidamente conservadas.

8. Una dama romana quería enviar una importante cantidad de dinero a cierta amiga suya llamada Gratila, a la cual había desterrado Domiciano. Y como alguien le hiciese observar que de enterarse el emperador la interceptaría y confiscaría, replicó la dama: "¡No importa! Prefiero que Domiciano lo robe a no mandarlo".

11. Vespasiano ordenó un día a Prisco Helvidio que se abstubiese de asistir al Senado. -Puedes -le replicó Helvidio- despojarme de mi cargo de senador; pero mientras no lo hagas no he de dejar de concurrir, pues tengo derecho. -Pues no olvides, si asistes, de permanecer mudo. -No me preguntes mi opinión y no despegaré los labios. -Es que si estás presente no tendré más remedio que preguntarte tu parecer. -Y yo no tendré más remedio que contestarte lo que me parezca justo. -Entonces me veré obligado a matarte. -¿Te he dicho, acaso, que soy inmortal? Haremos, pues, ambos lo que esté en nuestra mano: tú, ordenar mi muerte; yo, soportarla sin quejarme.
Me preguntas ahora: ¿Qué ganó Helvidio con oponerse solo contra el príncipe? Pues bien, yo te digo a ti: ¿Qué gana la cenefa de púrpura con ser sola en la túnica? Gana el embellecerla, el adornarla, el inspirar a quienes la contemplan deseos de poseer otra igual.

13. Acusar a los demás de nuestras adversidades es propio de ignorantes; culparnos de ellas a nosotros mismos es señal de que empezamos a instruirnos; no acusarnos ni a nosotros mismos ni a los demás, he aquí lo propio de un hombre ya completamente instruido.

14. Así como existe un arte de bien hablar, existe también un arte de bien escuchar.

15. Si consigues demostrar al malvado que hace lo que no quiere y que no hace lo que quisiere hacer, lograrás corregirle. Pero si no sabes demostrárselo, no te quejes de él, sino de ti mismo.

19. Escribimos máximas muy hermosas; bien está. Pero ¿estamos bien pentrados de ellas y las ponemos en práctica? Y lo que se decía de los lacedemonios, "que eran unos leones en sus casas y unos monos en Éfeso", ¿no puede aplicarse a la mayor parte de los filósofos? Por regla general, somos unos leones ante nuestro reducido auditorio, pero unos monos en público.

22. [...] Porque yo no llamo laborioso al hombre que pasa la noche rondando a su querida, sino simplemente enamorado. De modo que si pasas la noche en vela atento solo atu gloria, te llamaré ambicioso; si con el fin de ganar dinero, avariento o interesado. Solo si lo haces con el fin de cultivar y formar tu razón y acostumbrarte a obedecer a la Naturaleza y a cumplir tus deberes, te llamaré laborioso: porque este trabajo es el único digno del hombre.

24. Nada sujeta tanto a los animales como su propia utilidad. Todo cuanto le priva de lo que le es útil -padre, hermano, hijo, amigo- le es insoportable; porque no ama más que su utilidad, que para él equivale a padre, hermano, hijo, amigo, aprentela, patria y aun Dios.

27. Lo más insufrible para el hombre razonable es lo que carece de razón.

29. Si tu razón, que es quien ordena todos tus actos, está desordenada, ¿quién la ordenará?

31. No hay que tener miedo de la pobreza, ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo.

32. A Paris le pareció bien robar a Helena y a Helena seguir a Paris. Si a Menelao le hubiese parecido bien, asimismo, prescindir de una mujer infiel, ¿qué hubiera sucedido? Pues nos hubiésemos quedado sin Ilíada y sin Odisea; lo demás no tiene importancia.

33. El sabio salva la vida al perderla.

41. Dos cosas hay que quitarles a los hombres: la vanidad y la desconfianza.

42. Nada grande se realiza de golpe y porrazo, ni una manzana, ni tan siquiera una uva. Si me dices: "Quiero ahora mismo una manzana", te contestaré: Aguarda a que nazca, a que crezca y a que madure; da tiempo al tiempo. Y si esto es con los frutos de la tierra, ¿quieres que el espíritu dé de repente los suyos?

44. Diógenes [...] "Sé, pues, como una moneda de oro, que por sí sola se recomienda a cualquiera que sepa distinguir el oro bueno del falso".

49. La grandeza del entendimiento no se mide por su extensión, sino por la justeza y verdad de sus opiniones.

55. El príncipe ha devuelto la paz a la tierra; no más guerras ni combates, no más pillaje ni piraterías. A todas horas y en todas partes puede uno ir por donde le plazca sin temor. Pero, ¿puede el príncipe, lo mismo que la paz, librarnos de las enfermedades, naufragios, incendios, terremotos y rayos? No; esta paz tan solo los dioses pueden darla, y el heraldo que la publica es la razón. El que disfruta de esta paz sí que va tranquilo y solo sin peligro durante toda su vida.

57. [...] Porque no es la presencia de un hombre lo que destruye la soledad, sino la de un hombre virtuoso, fiel y caritativo. Además, ¿de veras te crees solo alguna vez? Dios, contento siempre de sí mismo, consigo vive eternamente. Procura, pues, asemejarte a él, que esto sí está en tu mano. Habla contigo: ¡tienes tanto que decirte y que pedirte! [...]

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