Triste rosa
La triste rosa ha abierto esta mañana sus pétalos al beso, -para
ella, mortal- del aire y de la luz.
Al borde de un abismo prodiga su belleza, esa defensa inútil,
Como si, al revés que nosotros, no buscara, con ser, la salvación
(y aun la desdeñase ocultamente),
Sino una justificación más honda, y de otro orden. ¿Morirá porque
debe? -No, no es verdad, no la defiende su belleza,
Que sólo hace más triste su final. Es en otro lugar donde es
invulnerable (pero, ¿cómo entenderlo?):
Allí, en aquello que hace de su muerte, de su vida tan breve, un
destino, en sí mismo.
Enigma
No amarte, sino resolver tu enigma: eso me propuse, incautamente,
Sin saber que quien iniciara esa investigación no podría ser el
mismo que quien la terminase,
Y queriendo afrontar, con las solas fuerzas de la inteligencia, las
armas del corazón, irresistibles.
He tenido éxito, sin embargo: sé por qué me turbabas,
Pero he perdido la dicha en el intento, no podré ser quien era,
Y el resultado de ese conocimiento es justo el que trataba de evitar,
a través de él.
Ay de mí pues, ay de todo el que cree que la razón es un arma
absoluta,
O que puede vencer, enamorada, otra cosa que a nosotros mismos.
Recompensa
Levanta los ojos del papel, mira la luz herida del otoño ya próximo,
Sal a la calle y toma en mano una de esas hojas, que demasiado pronto
conocieron la muerte,
Siente su frágil y alada nervadura, su olor, ese crujido como de
leves huesos.
La derrota que todo esto te grita sin palabras es irremediable, y
será eterna.
Conocerla, sentir -en sus precisos límites- el abismo que abre, es
tu castigo,
Y tu premio también, si tienes fuerzas para soportarlo.
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