Quisiera no saber esto que sé: que el amor hace daño, que es un
veneno lento,
Una bestia feroz que muerde y que desgarra, y tortura constante su
aciaga compañía; y que sólo su ausencia
Es más insoportable.
Perduración
No sé qué puede perdurar al fin de las calladas dádivas, más de
una vez amargas, que fueron tu presencia:
Unas pocas imágenes dispersas, una cierta costumbre de calor, una
conformidad -o disconformidad- con la existencia; más dolor, menos
sueño.
Tú no estarás en ellas: aunque la que dibujan es sin duda una
imagen real, es de mí, no de ti, de quien se trata.
Es triste y humillante pensar que, incluso en esto, estamos siempre
solos.
Falta de fe
No quieras engañarte a ti mismo diciendo que la fe te ha abandonado;
no te está permitido ese error.
En el alba que espera, ya no será importante la razón de la lucha:
es lo real quien dictará las leyes. Tu tarea es tan sólo
obedecerlas.
No intentes, pues, seguir a la que huye: todos verían allí
solamente un pretexto
Para tu propia huida, y tendrían razón. Mejor que se haya ido; no
es escudo fiable.
Agradece a tus dioses el bien que así te otorgan, y reviste en
silencio la sólida armadura
De tu falta de fe.
El contraste
También en la amargura aguarda, sin embargo, una sabiduría.
Descubre cada cosa que grite su vacío en su vivo contorno
Y su valor exacto: es en la realidad, incluso errada, donde a tu
corazón espera siempre
Cumplimiento y sosiego, y la sola piedad que puede redimirlo; pues
sin ese contraste que da su validez a cuanto el alma sueña,
Es vano el sueño mismo, y es inútil.
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