viernes, 12 de septiembre de 2014

José Bergamín, "Aforismos de la cabeza parlante" (2)


Hay muy pocos hombres que cumplan un siglo. Pero tampoco hay muchos siglos que cumplan a un hombre... Un siglo es raro para un hombre. Un hombre -lo que se dice un hombre- es raro para un siglo.

Una creencia que no deja lugar a dudas, no es una creencia, sino, más bien, una supersticiosa credulidad.

La sustancia viva del arte, como la del espejo, está siempre fuera de sí misma. Tanto valdría pensar que la realidad de la forma artística -en poesía, pintura, música, escultura, arquitectura...- no existe por sí propia. Es decir, que es una realidad exclusivamente humana. ¿Un arte que se deshumaniza, se suicida?

La obra de arte como la criatura humana nace de irracionalidad y muere de intelectualismo. La muerte es lo más intelectual, exclusivamente racional, de todo. Por eso es la razón de ser de la vida.

La música de Beethoven al descubrirse románticamente a sí misma, sin empelucados postizos, dejó volar su cabellera al viento: o se la peinó, cuidadosamente descuidada, conforme a la moda romántica del "coup de vent". Este golpe de viento corre por la música beethoveniana, jugando sus luces y sus sombras sobre la frente más genial que ha tenido la música.

La peluca, todo lo contrario que la máscara o el antifaz, al enmascarar el rostro humano lo transforma para no ocultarlo, dándole una nueva revelación, que por su redundancia enmarcadora, es como si lo desnudase más de sí mismo para ponerlo en evidencia.

Nos parece curiosa la coincidencia histórica del racionalismo filosófico y científico con el uso y la moda de las pelucas y su consiguiente culminación con el invento racional, tan filosófico como científico, de la guillotina. Su simultáneo desenvolvimiento paralelo durante siglo y medio. Desde la decadencia de la preponderancia española en el mundo (otra coincidencia) hacia la mitad del XVII, hasta la Revolución francesa y los primeros años del romanticismo.

El crimen no lo comete sólo el criminal -dice Séneca- sino el que se aprovecha de él; o de ellos, del criminal y de su crimen. Parecería entonces que el policía, el fiscal, el juez, el carcelero y el verdugo... Y hasta el abogado y el médico. Y, ni que decir tiene, el periodista. Todos los que ganan su vida de levantar muertos. En una palabra, que quien lo comete, porque lo aprovecha del todo, es la sociedad que lo organiza.

Se juega como se va a la iglesia o al teatro: sin creer. Y, por si acaso... Pero sin pensar en ese "acaso" al que, como dijo el poeta, ninguna jugada de dados abolirá jamás.

Las verdades de la razón no son las razones de la verdad. [...]

Una paradoja es como un paracaídas. Sirve para no romperse la cabeza. La paradoja es el paracaídas del pensamiento. Si, al arrojarnos al vacío, no se nos abre oportunamente para sostenernos en el aire, estamos definitivamente perdidos.

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