lunes, 15 de septiembre de 2014

Poemas de Javier Lostalé en "Jimmy, Jimmy" y en "La rosa inclinada"


Poemas de "Jimmy, Jimmy"

Con el alba…

Los pájaros se ciegan con tanta luz
y estrellan su frágil cabeza contra una roca.
Allí quedan sus alas tronchadas bajo un cielo ceniciento.
Allí, donde el puro silencio, su pecho se hará olvido.
Con la noche los árboles habrán enterrado su último canto
y una gota de sangre todavía señalará el lugar del amor.
Un coro de manos elevó al cielo una llama
con la forma de su corazón
y su vuelo desde entonces se hizo triste.
Sobre la llanura débiles pulsos agonizan
mientras los hombres encienden sus cuerpos
en el aire tibio de la tarde.
Son apenas brillos que en su tímida pureza
hiriesen, con alguna pluma o recuerdo, la frente humana.
Algunos, en un último intento de salvarse
buscan la engañosa claridad del agua
que un día, con su espuma, les abrió los ojos.
Y allí mueren, arrasados, oscuros;
sus cuellos flexibles, bellos como una rama inclinada,
desciendan ante el olvido de los peces.
El universo permanece mudo
y lentas hogueras atraviesan el horizonte.
Con el alba, un pájaro romperá los cristales de la mañana
y encontrará sólo sombra.


Consumación

En el resplandor del mediodía
hay una tensión de pájaros carbonizados
mientras un aire en brasas
abre heridas en tus ojos.
La soledad es una transparencia sin memoria
y es fácil perderse en un aroma, o en esa gota de agua
que, como chispa, llega a tu rostro.
Una lluvia de luz trae
hasta tu pecho el dolor más hondo;
aquél que no tiene límites,
que es ave, deseo, extensión,
oscuro placer a veces
consumación serena en la impotencia.
¿Hasta esta música desdibujada —tan reconocible ahora—
qué cuerpos llegan y te condenan
o cómo se salvan al recordarlos?
Sin rostro llegan y algunos, como tú,
un día también en el dolor se descubrieron;
mas no puedes verles, porque hay un girar de puertas,
una agitada respiración, una confabulación de espejos
que los borra siempre.
Sus manos extienden, alzan, buscando
en la fragilidad del aire
hundir todavía sus dedos en el resplandor enfermo
que precede a la sombra total.
Pero tú ya no estabas. Tu paso se hizo olvido
con las últimas luces de la tarde
mientras alguien, desde no sabes dónde,
dejaba en tus ojos una suave tristeza
que hacía más imperceptible tu partida.
La luna entretanto descendía su pálida tormenta
y navegaba el sueño de los aún puros adolescentes.


El mar

El mar no se explica.
Está para que lleguemos
y desnudos sintamos un frío a lo lejos,
como si estuviésemos a punto de morir o nacer.
No es hora de preguntar por nada o por nadie.
Es hora de quedarse quietos,
de anclar en el fondo de los cuerpos
y comprobar el desamparo de unos ojos casi tranquilos,
flotantes en la luz mojada.
El amor era como una grieta en el silencio abierta
que fuese lentamente destruyéndonos
mientras un pez en su salto
poblaba el espacio de soledad.
El tiempo se hizo entonces comba de dolor
y una palabra se dirigió al pecho para rematarle.
Sobre las rocas hombres yacían,
la memoria enterrada en algún astro,
y un viento de poniente arrastraba
ese último deseo que, como un débil destello,
agoniza en un agua indiferente.
La luz era un prolongado estertor
que en su belleza nos asumiera
y así nos condenase.
Y una noria de cuerpos
furiosamente se amaba
bajo un cielo calcinado.
El mar, el mar. Ese hondo miedo
ese grito solo, acabado en sí mismo,
que no nos comprende.


No siempre la luz nos acerca a la verdad de un rostro,
pues, soberana, desconoce esas manchas humanas que dolorosas se contraen
bajo su foco inclemente.
No siempre la palabra nos acerca a la verdad de un labio,
pues unas burbujas sonando nunca alcanzan un corazón.
No siempre una mirada nos acerca a la verdad de unos ojos,
pues unas ruinas recorrieron y desde entonces una flor no puede romper
con su claridad la turbia tela de aire que los unifica indiferentes.
No siempre el abandono nos trae una respuesta, ni el silencio
nos corta como aspas entreabriéndonos un paisaje.
No siempre. No nunca. Por eso todavía nos engañamos.
Y cogemos una cuartilla. Y vamos uniendo palabras.
Aunque sabemos que la verdad tampoco es ésta. Fuera
o dentro: soledad siempre: he aquí el poema.


Poemas de "La rosa inclinada"

Confesión

Escribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo. Escribo porque están conmigo los que ya nunca estarán, porque bajo al mar desde la mesa donde apoyo la cuartilla y me quedo quieto en la memoria de un cuerpo, y prolongo unas voces hasta perder la noción del tiempo (días y años juntos, apretados en un instante que me deja sin defensa). Escribo porque al abrir el seno de una palabra encuentro la iluminación última del beso, porque pronuncio a solas mi única verdad: ésa que después desmiento con mi vida. Escribo porque hay un llanto íntimo que me purifica desde que comienzo a hacer signos en el papel, porque poseo las cosas desde su respiración humana y puedo habitar aquello de lo que fui desterrado. Escribo para ser joven y alimentar una espe- ranza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo porque nunca fue más bello el engaño.


La verdad de una hoja es un reino,
niebla clara su territorio
donde seres quietos te anegan
sin alterar el alma de la luz.
En honda compañía vas,
pues sólo perteneces a un nombre
como estela escrito en tu corazón.
Tus ojos trazan el espacio
de un pulso de imágenes
que difuso te invade
concertando un tiempo sin herida o presencia.
Una rosa respirada
late en el seno del aire
y su perfume son tus sentidos.
Cada pensamiento
es una delgada espina
que cruza tu cuerpo
y lo deja suspenso
en vida sólo tuya,
mientras traspasa el paisaje
el alto oscilar del mar.
Pincel de luz difunde íntimo un aliento
en el que vibras sin paréntesis de respuesta.
Palabra de silencio dice
la memoria ingrávida de tu paso.


Hay un silencio de cada uno
que tampoco es nuestro
en el que un instante podemos tocar
la frágil flor del amor.
Hay un enfermo girar de todos sin nadie
donde cada triunfo es soledad,
una armonía de estrella solitaria
que de otro cuerpo bebe la luz
sabiendo que en su cielo nunca brillará.
En el blando núcleo del sueño
alguien ha entrado;
sus pasos son el mundo.


Llega la muchacha
con sus piernas de junco de ganso
y empieza a bailar mi vida
con su estrella.
Llega sin desvelo solitario que avise
en la hora siempre última del pecho.
Llega con su luz de cristal y sin sueño
para que no la perdamos
en la memoria con lágrima de otro paisaje.
Ni siquiera la muchacha sostiene con su mirada
el rubio sol de humo que en nuestra vida resucita.
Permanece sólo, permanece entre sus rayos de luna fría
flotando sin busto en la corriente dorada de sus piernas.
Mirarla ya no es posible, porque para mirar
hay que hacerlo desde algo que nos pertenezca
y ella troncha nuestra pequeña imagen dormida
y nos coloca en un ancho azul sin bordes
donde siempre un pájaro asfixia su canto.
Mirarla ya no es posible…
pero llega la muchacha
con sus piernas de junco de ganso
y empieza a bailar mi vida
con su estrella,
mientras lenta se desvanece
en la música de una máquina tragaperras.

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