Poemas de "Jimmy, Jimmy"
Con el alba…
Con el alba…
Los pájaros se ciegan con tanta luz
y estrellan su frágil cabeza contra
una roca.
Allí quedan sus alas tronchadas bajo
un cielo ceniciento.
Allí, donde el puro silencio, su pecho
se hará olvido.
Con la noche los árboles habrán
enterrado su último canto
y una gota de sangre todavía señalará
el lugar del amor.
Un coro de manos elevó al cielo una
llama
con la forma de su corazón
y su vuelo desde entonces se hizo
triste.
Sobre la llanura débiles pulsos
agonizan
mientras los hombres encienden sus
cuerpos
en el aire tibio de la tarde.
Son apenas brillos que en su tímida
pureza
hiriesen, con alguna pluma o recuerdo,
la frente humana.
Algunos, en un último intento de
salvarse
buscan la engañosa claridad del agua
que un día, con su espuma, les abrió
los ojos.
Y allí mueren, arrasados, oscuros;
sus cuellos flexibles, bellos como una
rama inclinada,
desciendan ante el olvido de los peces.
El universo permanece mudo
y lentas hogueras atraviesan el
horizonte.
Con el alba, un pájaro romperá los
cristales de la mañana
y encontrará sólo sombra.
Consumación
En el resplandor del mediodía
hay una tensión de pájaros
carbonizados
mientras un aire en brasas
abre heridas en tus ojos.
La soledad es una transparencia sin
memoria
y es fácil perderse en un aroma, o en
esa gota de agua
que, como chispa, llega a tu rostro.
Una lluvia de luz trae
hasta tu pecho el dolor más hondo;
aquél que no tiene límites,
que es ave, deseo, extensión,
oscuro placer a veces
consumación serena en la impotencia.
¿Hasta esta música desdibujada —tan
reconocible ahora—
qué cuerpos llegan y te condenan
o cómo se salvan al recordarlos?
Sin rostro llegan y algunos, como tú,
un día también en el dolor se
descubrieron;
mas no puedes verles, porque hay un
girar de puertas,
una agitada respiración, una
confabulación de espejos
que los borra siempre.
Sus manos extienden, alzan, buscando
en la fragilidad del aire
hundir todavía sus dedos en el
resplandor enfermo
que precede a la sombra total.
Pero tú ya no estabas. Tu paso se hizo
olvido
con las últimas luces de la tarde
mientras alguien, desde no sabes dónde,
dejaba en tus ojos una suave tristeza
que hacía más imperceptible tu
partida.
La luna entretanto descendía su pálida
tormenta
y navegaba el sueño de los aún puros
adolescentes.
El mar
El mar no se explica.
Está para que lleguemos
y desnudos sintamos un frío a lo
lejos,
como si estuviésemos a punto de morir
o nacer.
No es hora de preguntar por nada o por
nadie.
Es hora de quedarse quietos,
de anclar en el fondo de los cuerpos
y comprobar el desamparo de unos ojos
casi tranquilos,
flotantes en la luz mojada.
El amor era como una grieta en el
silencio abierta
que fuese lentamente destruyéndonos
mientras un pez en su salto
poblaba el espacio de soledad.
El tiempo se hizo entonces comba de
dolor
y una palabra se dirigió al pecho para
rematarle.
Sobre las rocas hombres yacían,
la memoria enterrada en algún astro,
y un viento de poniente arrastraba
ese último deseo que, como un débil
destello,
agoniza en un agua indiferente.
La luz era un prolongado estertor
que en su belleza nos asumiera
y así nos condenase.
Y una noria de cuerpos
furiosamente se amaba
bajo un cielo calcinado.
El mar, el mar. Ese hondo miedo
ese grito solo, acabado en sí mismo,
que no nos comprende.
No siempre la luz nos acerca a
la verdad de un rostro,
pues, soberana, desconoce esas manchas
humanas que dolorosas se contraen
bajo su foco inclemente.
No siempre la palabra nos acerca a la
verdad de un labio,
pues unas burbujas sonando nunca
alcanzan un corazón.
No siempre una mirada nos acerca a la
verdad de unos ojos,
pues unas ruinas recorrieron y desde
entonces una flor no puede romper
con su claridad la turbia tela de aire
que los unifica indiferentes.
No siempre el abandono nos trae una
respuesta, ni el silencio
nos corta como aspas entreabriéndonos
un paisaje.
No siempre. No nunca. Por eso todavía
nos engañamos.
Y cogemos una cuartilla. Y vamos
uniendo palabras.
Aunque sabemos que la verdad tampoco es
ésta. Fuera
o dentro: soledad siempre: he aquí el
poema.
Poemas de "La rosa inclinada"
Poemas de "La rosa inclinada"
Confesión
Escribo porque me
salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas
luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de
deseo. Escribo porque están conmigo los que ya nunca estarán,
porque bajo al mar desde la mesa donde apoyo la cuartilla y me quedo
quieto en la memoria de un cuerpo, y prolongo unas voces hasta perder
la noción del tiempo (días y años juntos, apretados en un instante
que me deja sin defensa). Escribo porque al abrir el seno de una
palabra encuentro la iluminación última del beso, porque pronuncio
a solas mi única verdad: ésa que después desmiento con mi vida.
Escribo porque hay un llanto íntimo que me purifica desde que
comienzo a hacer signos en el papel, porque poseo las cosas desde su
respiración humana y puedo habitar aquello de lo que fui desterrado.
Escribo para ser joven y alimentar una espe- ranza radical, para
tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron. Escribo
porque nunca fue más bello el engaño.
La verdad de una
hoja es un reino,
niebla clara su
territorio
donde seres quietos
te anegan
sin alterar el alma
de la luz.
En honda compañía
vas,
pues sólo
perteneces a un nombre
como estela escrito
en tu corazón.
Tus ojos trazan el
espacio
de un pulso de
imágenes
que difuso te
invade
concertando un
tiempo sin herida o presencia.
Una rosa respirada
late en el seno del
aire
y su perfume son
tus sentidos.
Cada pensamiento
es una delgada
espina
que cruza tu cuerpo
y lo deja suspenso
en vida sólo tuya,
mientras traspasa
el paisaje
el alto oscilar del
mar.
Pincel de luz
difunde íntimo un aliento
en el que vibras
sin paréntesis de respuesta.
Palabra de silencio
dice
la memoria
ingrávida de tu paso.
Hay un silencio
de cada uno
que tampoco es
nuestro
en el que un
instante podemos tocar
la frágil flor del
amor.
Hay un enfermo
girar de todos sin nadie
donde cada triunfo
es soledad,
una armonía de
estrella solitaria
que de otro cuerpo
bebe la luz
sabiendo que en su
cielo nunca brillará.
En el blando núcleo
del sueño
alguien ha entrado;
sus pasos son el
mundo.
Llega la
muchacha
con sus piernas de
junco de ganso
y empieza a bailar
mi vida
con su estrella.
Llega sin desvelo
solitario que avise
en la hora siempre
última del pecho.
Llega con su luz de
cristal y sin sueño
para que no la
perdamos
en la memoria con
lágrima de otro paisaje.
Ni siquiera la
muchacha sostiene con su mirada
el rubio sol de
humo que en nuestra vida resucita.
Permanece sólo,
permanece entre sus rayos de luna fría
flotando sin busto
en la corriente dorada de sus piernas.
Mirarla ya no es
posible, porque para mirar
hay que hacerlo
desde algo que nos pertenezca
y ella troncha
nuestra pequeña imagen dormida
y nos coloca en un
ancho azul sin bordes
donde siempre un
pájaro asfixia su canto.
Mirarla ya no es
posible…
pero llega la
muchacha
con sus piernas de
junco de ganso
y empieza a bailar
mi vida
con su estrella,
mientras lenta se
desvanece
en la música de
una máquina tragaperras.
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