martes, 4 de noviembre de 2014

Poemas de Javier Lostalé en "Hondo es el resplandor"



En la bruma del fondo de tus ojos
tiembla un jardín que me llama
con su brisa de luces mojadas.
Me llama sabiendo que nunca
mi árbol caído levantará sus ramas
entre la latitud sin tiempo de tus brazos.
En la bruma del fondo de tus ojos
la memoria alumbra un cuerpo con la forma de los dos,
pero sabes que la memoria late sin superficie:
es sólo resplandor.


Radiografía
En la radiografía del paciente
se observan pliegues de soledad
formados por las pinzas de unas manos
que sin duda algún día fueron al encuentro de las suyas.

Por la parte del cuello,
laberinto de brillante maleza,
se percibe una mancha rosa
producida por el falaz incendio de una boca
que sin duda algún día fue al encuentro de la suya.

Cerca del pecho,
hontanar de horas estelares,
se transparenta el esqueleto doblado de una estrella fugaz
fósil respiración de otro pecho
que sin duda algún día descansó en el suyo.

Más abajo, en el vientre,
media luna de yerba, ladera de alta tensión,
hay un desprendimiento de sombras
reinos que nunca pudo amanecer
ese cuerpo que sin duda algún día fue en busca del suyo.

Y si llegamos al pie,
arco voltaico en el que salta la chispa de todo el ser,
éste presenta una difusa veladura blanca:
el alba de frío solo que, sin duda algún día,
tras la engañosa entrega, en su corazón rieló.

Saben lo que les digo:
Esta radiografía nunca debió hacerse.
El paciente está muerto.


Cuerpo

Como una pecera que se fuese quedando sin agua
la habitación es lenta asfixia de tu cuerpo.
Ninguna forma en ella se consolida.
Obediente todo al nuevo orden del deseo
el espacio se fragmenta, es vaivén,
vuela sostenido en el aire que tu presencia conturba.
Y el hormigueo de la luz en las cortinas
clandestinamente me confirma la verdad de tu entrega.
Doy un salto entonces hacia mi entrada en ti,
y como el que salta tiemblo sólo tu frontera
al quedarme siempre antes o después.
Temblor de tacto que no es ancla, sino velocidad,
girándula de mi sangre que tu pecho alcanza
y provoca el desembarco de tus manos
en mi resbaladiza sombra cruzada por tus mareas.
Aventura que conduce a un pulso estelar
en el que se anudan mirada y sexo,
pues mientras los labios de la piel succionan desvarío
por tu mirada mi vida respiro.
Tan desvanecido estoy en ti que no puedo oírte.
¿Pero dices algo? Un beso se desnuca
en la pared de espuma
que, en relámpagos, nos confunde.
La habitación entera rueda como un sombrajo ardiente
y todo se hunde hasta alcanzar ese silencio
en el que amanecen los ahogados.
El mundo navega lejos
mientras dos estrellas de mar entrelazadas
rezuman una música blanca entre las sábanas.


Niebla

Todos somos niebla. Nos deshabitamos cada vez que otro ser
tiembla su voz inaugural en nuestra sangre,
y ponemos luego la memoria al nivel de la bruma del mar
para abrazar el transparente cuerpo de lo perdido.
Todos somos niebla. Buscamos una mano
y por un precipicio de silencio resbala
la inocencia muerta de su tacto.
Sobre su cadáver crecen las yemas de nuestro sueño.
Todos somos niebla. Pronunciamos una palabra
y el eco nos devuelve olvido.
Pero el corazón, al no tener cura,
navega tan alto como una estrella.
Todos somos niebla. En un rostro besamos nuestra propia herida
para envejecer después sostenidos por aquella llama de sombras.
Todos somos niebla. Miran siempre los ojos lo que nunca ven
y así se torna la vida anunciación de un tapiado jardín.
Todos somos niebla. El pensamiento carboniza lo que desvela
hasta alcanzar la grávida invisibilidad del abandono
y despertar todavía imágenes con nuestro ojo de vuelo desierto.
El mundo es niebla. Confusos pasos por dentro.
Deslumbrante ceguera de lo que se abre mientras se cierra.

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