martes, 18 de noviembre de 2014

Poemas de José Cereijo en “Las trampas del tiempo” (2)




Viejo amor

Aunque hayan ya pasado tantos años
desde que está contigo,
sigues sintiendo que apenas la conoces,
que un pobre repertorio de gestos, de costumbres
-cada vez más gastadas-, es todo lo que tienes,
y lo que es importante, se te escapa.
(Un poco más, de hecho, cada día:
para seguir con ella, notas que te hace falta
una dosis de fe, o engaño voluntario,
que, poco a poco, crece).
Cuando por fin la pierdas -ya lo intuyes-,
inevitablemente tendrás la sensación
de que nunca fue tuya, realmente.
Si así ocurre, y lo sabes, con todos los amores,
¿por qué iba a suceder de otro modo con éste
(no más lúcido que otros), que sigues, pese a todo,
sintiendo por la vida?


Ese día

Hoy pienso en ese día, que será como tantos
-voraz, suplementario, azul, indiferente-,
y en el que una vez más, pero ya no habrá otra,
mis ojos, mis oídos, recobrarán el mundo.

Y quizá me despierte sin sorpresa, ignorando
que es por última vez, que ya no quedan sueños,
que el Tiempo, del que son formas todas las cosas,
ha decidido descartar la mía.

En mis ojos abiertos se ahogarán los pájaros,
los hombres, las estrellas, la luz que los inventa;
colérico, el futuro desgarrará su engaño

como un telón pintado, revelando el vacío.
Y mi ser, vaso inútil en manos de un enfermo,
rodará silencioso a estrellarse en la nada.


La fiesta

Y cómo nos parece, pese a todo,
que es la vida una fiesta,
aunque siempre suceda en otra parte.

Uno se engaña, piensa
que acabará por dar, cuando menos lo espere,
con el lugar secreto en donde se celebra;
o juega, por lo menos, a creerlo.

Y así se van los años.

Y, realmente, alguna vez se escucha
una ráfaga leve
de música, venida no se sabe
de dónde. No se averigua nunca,
pero nos prometemos: algún día...

Por lo menos,
alguien estuvo allí...”
Melancólicamente, acaba siendo
un pequeño sueño imaginarlo.

Y que llegue la muerte
y uno siga creyendo que era cierto,
y que sólo el azar
nos impidió llegar a donde estaba
-donde seguirá estando, aunque ya sin nosotros-,
bien puede ser un modo,
y no el más descartable, de la dicha.

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