Viejo amor
Aunque hayan ya pasado tantos años
desde que está contigo,
sigues sintiendo que apenas la conoces,
que un pobre repertorio de gestos, de costumbres
-cada vez más gastadas-, es todo lo que tienes,
y lo que es importante, se te escapa.
(Un poco más, de hecho, cada día:
para seguir con ella, notas que te hace falta
una dosis de fe, o engaño voluntario,
que, poco a poco, crece).
Cuando por fin la pierdas -ya lo intuyes-,
inevitablemente tendrás la sensación
de que nunca fue tuya, realmente.
Si así ocurre, y lo sabes, con todos los amores,
¿por qué iba a suceder de otro modo con éste
(no más lúcido que otros), que sigues, pese a todo,
sintiendo por la vida?
Ese día
Hoy pienso en ese
día, que será como tantos
-voraz,
suplementario, azul, indiferente-,
y en el que una
vez más, pero ya no habrá otra,
mis ojos, mis
oídos, recobrarán el mundo.
Y quizá me
despierte sin sorpresa, ignorando
que es por última
vez, que ya no quedan sueños,
que el Tiempo, del
que son formas todas las cosas,
ha decidido
descartar la mía.
En mis ojos
abiertos se ahogarán los pájaros,
los hombres, las
estrellas, la luz que los inventa;
colérico, el
futuro desgarrará su engaño
como un telón
pintado, revelando el vacío.
Y mi
ser, vaso inútil en manos de un enfermo,
rodará silencioso a estrellarse en la
nada.
La fiesta
Y cómo nos
parece, pese a todo,
que es la vida una
fiesta,
aunque siempre
suceda en otra parte.
Uno se engaña,
piensa
que acabará por
dar, cuando menos lo espere,
con el lugar
secreto en donde se celebra;
o juega, por lo
menos, a creerlo.
Y así se van los
años.
Y, realmente,
alguna vez se escucha
una ráfaga leve
de música, venida
no se sabe
de dónde. No se
averigua nunca,
pero nos
prometemos: algún día...
“Por
lo menos,
alguien estuvo
allí...”
Melancólicamente,
acaba siendo
un pequeño sueño
imaginarlo.
Y que llegue la
muerte
y uno siga
creyendo que era cierto,
y que sólo el
azar
nos impidió
llegar a donde estaba
-donde seguirá
estando, aunque ya sin nosotros-,
bien puede ser un
modo,
y no el más
descartable, de la dicha.
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