martes, 25 de noviembre de 2014

Poemas de José Cereijo en “Las trampas del tiempo” (3)



Shakespeare

Prueba a pensar un poco
que esa curiosa historia
-que parece, ¿verdad?, bastante absurda-
de que no fuera Shakespeare
quien escribió, de hecho,
las obras que circulan con su nombre,
sino algún otro (Mr. W. H.,
o bien Marlowe, o Bacon,
o algún desconocido: da lo mismo),
resultara verdad, a fin de cuentas,
y di: ¿preferirías
ser, en tal caso, Shakespeare,
para siempre casado con la gloria,
o el verdadero autor de su trabajo,
sólo de ti -y de Dios,
si existe- conocido?

(¿Te atreves a decir, sinceramente,
tú mismo tu juez,
que escogerías eso?)


El gusano

Esperaba un gusano
al fondo de una tumba
que llegara su cebo acostumbrado,
y oyó cómo elogiaban altamente
al que iban a enterrar. Se sucedieron
inspirados discursos
exaltando sus hechos y virtudes,
y él se dijo, al oírlos:
De rara calidad era este hombre;
buen bocado me espera”.
Pero luego, probando
los despojos aquellos
de que tan encendidas palabras se dijeran
(por más que se esforzase en hallar el secreto
de la tan pregonada virtud que atesoraban),
hubo de resignarse al fin a la evidencia
de no serle posible dar con ello.
Llegó un día, pasado cierto tiempo,
más breve comitiva,
que con pocas palabras, llenas de sentimiento,
despedía al difunto,
y les oyó decir: “Venida ya tu hora,
duerme por fin en paz, alma excelente,
cuyo valor el mundo,
atento sólo al brillo de lo externo,
no supo conocer”,
y hubo de confesarse, al escucharlos:
Pobre, inexperta y ciega criatura,
me he dejado llevar por apariencias;
pero el valor auténtico
no gusta de esas galas exteriores,
y vive de su luz”. Y recobrando,
con renovado ardor, su natural oficio,
se dio a buscar con gusto cuidadoso
tan oculto valor:
pero de nuevo fue la decepción más fuerte
que su buen proceder,
y se dijo por fin: “Vana fatiga.
Es posible que éstos
con buena voluntad se engañen a sí mismos,
pero yerran al fin, y yo con ellos:
no es más el hombre que una cena fría
y mucha vanidad”.
Y se escondió de nuevo bajo tierra.

Hasta aquí, sus palabras. Yo no acepto
-por demasiado escéptica, y al fin interesada-,
opinión tan atroz,
en solidaridad, al menos, con mi especie:
no se dirá por mí que todo cabe
en el triste criterio del gusano.

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