El libro del viento (2008)
III
Y si no fuese por el corazón,
por la razón sin ley que canta contra el frío,
por el calor que crece con la respiración como un incendio,
por el abrazo aquel donde se encuentran
la parte de mi ser que es más dichosa
contigo, que confinas mi tristeza.
Y me hallo en las caídas tanto
como en esta alegría que sostienes,
que cuidas, generosa,
que entregas, generosa,
que vives, generosa, con tus gestos, en ti
para que ambos podamos estar en esta vida,
entre deudas diarias y sueños en común.
Amada seas, Lidia, amada que serías corazón
o la llama que viene bendiciendo y no entiende la lógica glacial
o el viento que en el alma tiene forma de ciervo
o el agua que convierte en vino la tristeza
o la tierra que ofrece y acoge lo que somos serías
si no lo fueses todo.
I
Tan solo conocemos nuestro origen
-desde el hueso y la carne-,
la certeza feliz
de haber formado parte de otro ser.
El resto de la vida,
arraigados a un hondo desamparo,
es ir de un sitio a otro.
Y aquí, a la intemperie,
con un ruego en el fondo de los ojos,
extendemos las manos, esperamos
algo. Y no sabemos
qué será de nosotros.
Ni qué viento obstinado nos empuja
a buscar, mendicantes, tanto amor.
II
Hace tiempo que vivo en esta tierra,
y es hora de que entregue el corazón.
Escucho una canción que se repite:
“Nadie puede librarse de entregarlo,
ni aunque remonte el río de su sangre
a una estirpe de reyes milenaria...”.
Escucho la canción, y me repito:
“Como si fuesen piedras que he tirado
hacia atrás, por encima de los hombros,
he desaprovechado tantos días.
Pude cambiarlo todo, y no lo hice.
Ojalá yo pudiese recoger
todo cuanto he dejado a mis espaldas,
darle a alguien lo único que tengo,
hallar en otro pecho lo perdido...”.
Escucho la canción: “...Pues no tenemos
otra dicha que amar y ser amados...”.
III
Ha venido septiembre,
lo mismo que podía haber venido
cualquier otra costumbre para darme
un poco de certeza
a lo largo de días que se vuelven más cortos.
No, todavía no,
pero después vendrá el abrigo, ese
que me cubra la mancha que está camisa adentro.
Hay pocas cosas ciertas,
como esperar el fruto generoso
después de haber plantado con tantísimo esfuerzo,
y saber de antemano que todo está perdido.
Pocas cosas tan ciertas
como la sensación de eternidad por dentro
mientras hablo, mastico, duermo -miro la mancha de reojo-,
y estoy entre los hechos cotidianos,
sumamente seguro en mis rutinas,
y es el final por fuera lo que queda.
Pocas cosas tan ciertas, de verdad,
como decir
muerte,
que no haya otra palabra y que lo sea todo siendo nada.
Ha venido septiembre,
septiembre:
pocas cosas tan ciertas como esta indefensión ante la vida,
como esa luz que a su debido tiempo cumplirá su promesa.
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