martes, 22 de noviembre de 2011

Noticia de Augusto Ferrán. Su Poesía (La pereza, 7)

CI

Pienso, al caer de la tarde,        
en las pobres compañeras        
que otro tiempo fueron causa        
de mis gustos y mis penas.        

De mis gustos y mis penas,        
que viven en mi memoria        
como vive la semilla        
en la tierra hasta que brota.        

La semilla hasta que brota        
sufre en silencio y trabaja,        
lo mismo que los recuerdos        
hasta que son esperanzas.        

CII

Se alza sobre un campo verde        
una amapola orgullosa:        
crece el trigo, y nadie sabe        
dónde estuvo la amapola.        

CIII

Ponte a un lado de la gente,        
que si te pones en medio        
ni verás ni podrán verte.        

CIV

Sí, los ojos hablan:        
aún recuerdo yo        
cómo, al morirte, tus ojos me dieron        
el último adiós.        

CV

PRIMER CANTADOR

Si por el mundo la encuentras,        
dile que yo la perdono,        
pero que no quiero verla.        

SEGUNDO CANTADOR

Piénsalo bien, y recuerda        
que el perdón es, por lo menos,        
el olvido de la ofensa.        

CVI

Después de haberse querido        
no se volvieron a ver;        
pero, al morirse, pensaron        
él en ella y ella en él.        

Y así hablaron en voz baja        
los dos por última vez:        
-Yo te quise y aún te quiero.        
-Yo te quise y te querré.        

CVII

Dormirás bien en la muerte,        
corazón, porque en la vida        
te siento despierto siempre.        

CVIII

Triste es separarse,        
y triste también,        
cuando la ausencia es casi una vida,        
el volverse a ver.        

CIX

La Noche-buena del pobre:        
oír la misa del gallo        
que el rico mientras se come.        

CX

CANTADOR

Después de la tempestad,        
¡que calma tan perezosa        
tienen las olas del mar!        

CANTADORA

Si olvidara el corazón,        
¡qué tranquilas esperanzas        
soñaríamos tú y yo!        

CXI

No es envidia ni rencor,        
ni es odio lo que yo siento        
al ver que nací luchando,        
y que luchando me muero.        

Es un sentimiento oculto,        
mucho más hondo que aquellos;        
es un conjunto de lástima        
y de amor que yo me tengo.        

CXII

Loco le llaman las gentes,        
loco, porque a voces dice:        
«Soy esclavo de mí mismo.        
¡Gracias a Dios que soy libre!»        

CXIII

Bastante castigo tiene        
el que se quiere a sí propio,        
con no saber lo que vale        
el querer bien a los otros.        

CXIV

Como la quería tanto,        
se dejó el hierro en la herida        
para morir más despacio.        

CV

Si te persigue la suerte,        
amigo, sufre en silencio;        
y si la suerte no ceja,        
resígnate... y serás bueno.        

Te aconseja uno que vive        
resignado hace ya tiempo...        
¡es verdad que se resigna        
porque no hay otro remedio!        

CXVI

No te enorgullezcas tanto,        
dice la hoja a la flor,        
que de la misma semilla        
hemos nacido las dos.        

CXVII

Ya voy creyendo de veras,        
conforme pasan los días,        
que la muerte es por lo menos        
el descanso de la vida.        

CXVIII

Dijo la sombra a la luz:        
de negra pena me muero        
cuando no me miras tú.        

CXIX

Érase un rey y una reina,        
y érase un paje muy bello;        
tuvo amor la reina al paje,        
y el rey se murió de celos.        

El cuento es viejo y sabido...        
¡y en verdad que es mucho cuento,        
que nunca han de amar las reinas        
al rey, sino al paje bello!        

CXX

¿Sabes dónde va a parar        
la moda nueva de ayer        
de subir tanto la saya        
y bajar tanto el corsé?...        

Eres muy niña y ya sabes        
todo lo que hay que saber,        
todo, menos una cosa:        
guardar para la vejez.        

CXXI

La mentira corre tanto        
por alcanzar la verdad,        
que en el impulso que lleva        
siempre se la deja atrás.        

CXXII

Es triste, pero es seguro        
que de los pesares viejos,        
ni uno siquiera se marcha        
mientras no llega otro nuevo.        

CXXIII

¿Alegrías?... No las quiero        
de esas que a todos alegran:        
yo quiero las alegrías        
que antes y después dan penas.        

CXXIV

CANTADORA

No puedo callar, no puedo;        
mi corazón va a romperse        
si no digo que te quiero.        

CANTADOR

¡Por la salud de tu madre!...        
eso se dice bajito,        
para que no lo oiga nadie.        

CXXV

Aquel y el otro y el otro,        
míralos bien, son avaros,        
egoístas o ambiciosos.        

Es decir, hombres que piensan        
sólo con el corazón,        
y sienten con la cabeza.

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