Y empezamos, por supuesto, por un rarísimo, Leopoldo Díaz. Ni entrada tiene en Wikipedia el hombre.
Como toda su obra seleccionada para esta serie son sonetos, me permito comenzar por los que siguen, celebración de dos tradiciones vivas de nuestra cultura.
EL SONETO CASTELLANO
Lope divino consagró el soneto:
Orna su yelmo con penachos de oro,
Y de su ritmo en el nadar sonoro
Une la gracia y el reír discreto.
El gran Cervantes le ofrendó en secreto
De Aladino las gemas, el tesoro,
Y con el fasto de un califa moro
Dio el estrambote al último terceto.
Los Argensolas, con murmullo suave;
Quevedo, en alto pensamiento grave;
Góngora y Tirso, con fulgor de luna.
Cincelaron el vaso de armonía,
Ánfora rebosante de ambrosía.
Y le dieron su nombre y su fortuna.
LA QUENA
En la noche del trópico serena,
Sobre sus alas muelles alza el viento
Las fatigadas notas de un lamento
Que allá en el fondo de los valles suena.
Es la canción doliente de la quena;
De las vencidas razas el acento;
La voz con que en el rústico instrumento
Traduce el indio su insondada pena...
Y esa voz narra la extinguida gloria
Del inca, hijo del sol, y la victoria
Implacable y sangrienta del hispano.
Esa voz resucita el dulce coro
De las vestales indias, y el tesoro
Del templo, hundido en el confín lejano.
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