viernes, 7 de septiembre de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos St.-John Perse (14)

IX (2)

Hay cosas que decir a favor de nuestra edad. Hay en la resquebrajadura de las cosas un caústico singular, como en la vaina de la espada hay ese sabor de arcilla seca y de olla de fierro que tentará siempre el labio del mejor nacido.
"Tengo hambre, tengo hambre por vosotros de cosas extrañas", grita el pájaro marino a su más alta pareja. Y las cosas ya no tienen finalidad sobre la tierra forastera...
Para nosotras el continente amargo, nunca la tierra nupcial y su perfume de alholva; para nosotras el libre sitio de la mar, no esa vertiente del hombre común cegado de astros domésticos.
¡Y alabadas sean aquellas que con nosotras -sobre las tumbas manchadas de algas como pocilgas abandonadas y en el hedor sagrado que sube de las aguas vastas cuando el color de las arenas vira hacia el rojo del jacinto y la mar se reviste de color de holocausto- sepan izar en los más altos palos mayores!

Telas vivas, desplegadas, se iluminan en el fondo del horizonte que cambia de velo. Y el rumor se tranquiliza en nostras, bajo el férreo peine. La mar se eleva en nosotras como en las cámaras desiertas de los grandes cangrejos de piedra...
¡Oh mar, por la que los ojos de las muejres son más grises! Dulzura y hálito más que mar; dulzura y sueño más que hálito y favor conducido desde tan lejos a nuestros tiempos que está en la continuidad de las cosas por venir como una saliva santa y una savia eterna. Y la dulzura está en el canto, no en la elocución; está en la consunción del hálito, no en la dicción. Y la felicidad del ser responde a la felicidad de las aguas.

La lluvia, sobre el océano severo, siembra sus inquietudes de agua; tantas veces se cierra el párpado del dios.
La lluvia sobre el océano se aclara. Tanto cielo crece en la pila de los arrozales.
Grandes muchachas atadas vivas, bajan la cabeza bajo el nublado gris anaranjado de oro.
Y a veces la mar en calma, color de la más grande edad, parece como mezclada de aurora, como aquella mar que se mira en el ojo de los recién nacidos; y como aquella mar, dorada, que se interroga en el vino.
Y cuando se viste de polen gris y se empolva de los polvos de septiembre,
es la mar casta que va desnuda entre las cenizas del espíritu.
¿Y quién, entonces, nos habla aún al oído del lugar verdadero?

1 comentario:

Nená dijo...

Recuerdo que estoy cubierta de piel en ocasiones como esta, que leyendo algo tan increíble, se subleva, y un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
Gracias por compartir textos tan hermosos.

Nená