miércoles, 13 de noviembre de 2013

Greguerías (4), alguna con matemáticas, de Ramón Gómez de la Serna en “Greguerías escogidas”, Agencia Mundial de Librería

La niña con el arco en la mano va al jardín como al colegio jugando con la circunferencia y la secante.

Los buques saludan a los puentes quitándose el sombrero de copa.

Cuando se levanta del suelo una caja de cerillas que parecía nueva y resulta vacía, no es lo malo el engaño, sino que, al abrir la tapa, la caja se ha reído de nosotros.

Hay barcos que arranca el mar a los puertos hasta con el ancla, como el ladrón que se lleva el reloj con cadena y todo.

Dio a la pera de la luz como si hiciese la fotografía de la alcoba.

El más pequeño ferrocarril del mundo es la oruga.

El mono procede del coco, que es el huevo del que salió.

Cuando la bicicleta pasa por lo alto del camino parece que el paisaje se ha puesto lentes.

Son más largas las calles de noche que de día.

El Inri de los que no pagan a los sastres de las tiendas que dan a la calle es que el traje que no pagaron se lo ponga el maniquí que les representa y lo luzca en medio de la acera con las etiquetas cosidas, las etiquetas en que está el nombre y las medidas del tramposo, su “ficha”.

Al ver esos carros llenos que van dejando parte de su carga en el camino, pensamos que cuando lleguen a su destino llegarán vacíos. Solo nos parece que compensa esa desdicha el que eso hará que sepan volver sin perderse, siguiendo la estela del reguero que les desangró.

Las lagartijas meten un ruido de grandes serpientes entre los matorrales, sobre todo en el otoño, cuando las hojas suenan como papeles secos. Entonces hasta parece que rebulle entre las hojas una serpiente boa o un caimán.

El que compre esas alcobas expuestas en los grandes escaparates de las casas de muebles, sentirá en su alcoba, la noche de su boda, un fisgoneo de miradas de duendes, las miradas de los transeúntes que miraron la alcoba en el escaparate, que pervirtieron su castidad, que se acostaron y se gozaron en la cama expuesta, y se sentirán así como en la alcoba del escaparate iluminado. Será inútil echar los estores y cerrar las maderas.

¿Qué terribles culones o qué terribles culonas hunden los bancos de piedra de los paseos públicos, siempre medio hundidos en la tierra?

Cuando se escucha el ruido de los cierres metálicos al cerrarse en la noche, parece que la noche se hace más oscura y más definitiva en los cielos y en la tierra, como si se corriese sobre ella el telón que la corresponde... Y también, cuando en la mañana escuchamos el metálico descorrerse de la primer cortina metálica, nos parece como si se abriese la mañana de par en par, como si esa fuese la señal teatral de levantar el telón otra vez.

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