jueves, 21 de mayo de 2015

"Nocturno insecto" (1), de Beatriz Russo


I

Entre la mujer y la primera niña hay un espacio de arena y vidrio. Gira el tiempo en su moción irreverente como un diábolo de esquirlas. Me incomoda su simetría. La nebulosa se origina cuando agito la tempestad que hay en mi mano. Entonces se enturbia el agua en su esfera de luz. Copos de tinta negra flotando como cadáveres tempranos. Son los insectos oscuros de la fiebre. Chocan contra la membrana del tránsito entre relojes. Van dejando sus vísceras sobre el parabrisas de un llanto. Llueve o lloro. Es lo mismo. La nada no tiene sangre, tan solo permanece en su canto.


VIII

La niña tendida sobre la hierba siente un furor temprano. Llegarán los primeros amores con sus vestidos aún medio hilvanados. Los pájaros anidarán en la estrategia de los árboles sin otro permiso que la humedad. Se hartarán sus brazos de sostener tanta belleza y la infinutud de sus manos tornarán las pieles de la aurora irreversibles.

Así pudo haber sido y sin embargo...

La mujer dormita en un lecho de huevas de amapola. Lo efímero se sustenta en el brote de un flor. Amanecer en la inconstancia para no despertarse en la desidia. Ya no hay tiempo de rellenar las hojas con sus rutas. El incendio llegará tarde o temprano a despejar el camino. Arrojarse a la hierba espesa y retozarse en ella para hacerla pasto que alimente a la madrugada.

Y después colmarse de aire, para erigir el soplo que ahuyente a las cenizas.

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