lunes, 26 de mayo de 2014

Epicteto (1)


De las enseñanzas de Epicteto (55-135) se conserva un Manual o Enchiridion o Enquiridion, gracias a la labor de recopilación de su discípulo Flavio Arriano, pues Epicteto, al parecer, no puso sus pensamientos por escrito.

Fieles a nuestra costumbre, ningún comentario a la obra de Epicteto, mi única intervención sobre ella, y no menor, es la selección.

Lo que a partir de ahora te ofrezco de Epicteto, lo extraigo de Máximas: Epicteto, en traducción, prólogo y notas de Juan Bautista Bergua y editado en Colección la Crítica Literaria por Ediciones Ibéricas en el año 2010.

Va.

DE LOS BIENES VERDADEROS Y QUE NOS SON PROPIOS, DE LOS FALSOS Y EXTRAÑOS

1. Nuestro bien y nuestro mal no existe más que en nuestra voluntad.

2. De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no. Dependen de nosotros nuestros juicios y opiniones, nuestros movimientos, nuestros deseos, nuestras inclinaciones y nuestras aversiones: en una palabra, todos nuestros actos.

3. Las que no dependen de nosotros son: el cuerpo, los bienes materiales, la reputación, las dignidades y honores: en una palabra, todas aquellas cosas que no entran en el círculo de nuestros propios actos.

4. Las cosas que dependen de nosotros son libres por su misma naturaleza; nada puede detenerlas ni levantar ante ellas obstáculos. En cambio, las que no dependen de nosotros son débiles, esclavas, sujetas a mil contingencias e inconvenientes y extrañas por completo a nosotros.

9. La enfermedad entorpece los actos del cuerpo, pero no los de la voluntad. Si me quedo cojo, ello será una dificultad para mis pies, pero en modo alguno para mi espíritu. Piensa de este modo en cuantos accidentes te sobrevengan y pronto te convencerás de que para cualquier cosa podrán ser obstáculo menos para ti.

15. La nobleza del hombre procede de la virtud, no del nacimiento. "Valgo más que tú porque mi padre fue cónsul y además soy tribuno, y tú no eres nada". Vanas palabras, amigo. Si fuésemos dos caballos y me dijeses: Mi padre fue el más ligero de los caballos de su tiempo y yo tengo alfalfa y avena en abundancia y además soberbios arneses, te contestaría: lo creo, pero corramos juntos. ¿No hay, asimismo, en el hombre algo que le es propio -como al caballo la velocidad-, algo por medio de lo cual puede conocerse su calidad y estimarse su verdadero valer? Y este algo, ¿no es el pudor, la honradez, la justicia?... Muéstrame, pues, la ventaja que en todo esto me llevas; hazme ver que como hombre vales más que yo y te consideraré superior a mí. Porque si no me dices sino que sabes rebuznar y dar coces, te contestaré que te envaneces de cualidades propias de un asno o de un caballo; pero no de un hombre.

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