¡Actualidad! Tan fugaz/ En su cogollo y su miga,/ Regala a mi lentitud/ El sumo sabor a vida. Jorge Guillén
viernes, 18 de mayo de 2012
En 'Versiones' de Rosario Castellanos el poema de Paul Claudel 'Oda segunda, el espíritu y el agua' (12)
¡Dios mío, que conoces por su nombre a cada hombre antes de que nazca,
acuérdate de mí, puesto que estoy escondido en la fisura de la montaña,
aquí donde brotan las fuentes de agua burbujeante,
y acuérdate de mi mano sobre la pared colosal de mármol blanco!
¡Oh, Dios mío, cuando el día se extingue y Lucifer aparece solitario en el oriente,
son nuestros ojos nada más, y no nada más nuestros ojos, también nuestro corazón,
nuestro corazón aclama la estrella inextinguible
y nuestros ojos van a su luz y nuestras aguas
hacia el resplandor de esta gota glorificada!
¡Dios mío, si has colocado esta rosa en el cielo, dotada
de tanta gloria, este glóbulo de oro en el rayo de la luz
creada, cuánto más al hombre inmortal
animado de la eterna inteligencia!
¡Así la viña bajo sus racimos rastreros,
así el árbol frutal el día de su bendición,
así el alma inmortal a la que este cuerpo perecedero no basta!
Si el cuerpo extenuado desea el vino,
si el corazón adorante saluda a la estrella recobrada,
¿cuánto más el alma deseosa que vale ante otra alma humana?
¡Y yo también, yo también he encontrado la muerte que me era necesaria!
Yo he conocido a esta mujer. Yo he conocido el amor de la mujer.
Yo he poseído la interdicción. ¡Yo he bebido esta fuente de sed!
¡Yo he querido el alma, el sabor, esta agua que no conoce la muerte!
¡Yo he tenido entre mis brazos el astro humano!
¡Oh, amiga, yo no soy un dios
y no puedo compartir mi alma
y tú no puedes asirme y contenerme y poseerme.
Y he aquí que, como aquel que vuelve la espalda, tú me has traicionado.
¡Tú no estás en ninguna parte, oh rosa!
¡Rosa, no veré más tu rostro en esta vida!
¡Y heme aquí, solo, al borde del torrente, la cara contra la tierra,
como un penitente al pie de la montaña
de Dios: los brazos en cruz, en la tempestad de la voz rugiente!
He aquí las grandes lágrimas que brotan.
¡Y yo estoy como el que muere
y que se ahoga y que le duele el corazón; y toda mi alma brota fuera de mí como un gran chorro de agua clara!
Dios mío,
yo me veo y me juzgo y no tengo ningún precio para mí mismo.
Tú me has dado la vida: te la devuelvo; prefiero que lo recuperes todo.
Me veo, al fin, y tengo desolación y el dolor interior abre todo mi ser interior como un ojo líquido.
¡Oh, Dios mío,
no quiero nada más y te lo devuelvo todo
y nada tiene precio para mí
y yo no veo más que mi miseria y mi nada y mi privación y esto, por lo menos, es mío!
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