DÓNDE ESTARÁ Y DE QUIÉN SERÁ
Miro al horizonte y no distingo nada. Busco una moneda de diez céntimos que perdí en aquel lugar hace cuarenta años. La verdad, me da pereza caminar hasta allá, además de que no estoy seguro de que sea el mismo horizonte, pues ya pasó mucho tiempo y no me acuerdo. Por otro lado, no sé si cuando se pierde algo tan común, como es una moneda de diez céntimos, siga perteneciéndote o su propiedad pase a quién la encuentre. Así está la cosa: el horizonte allí y yo aquí, y de la moneda nada sé. En realidad la moneda está en desuso pero el horizonte no, y ahí sigue para que yo lo mire mientras pienso en la moneda. No sé por qué no la busqué en su momento, cuando se cayó al suelo; tal vez me pareció poca cosa y por eso no lo hice; seguro que fue por eso. De todas formas creo que la culpa la tiene el horizonte, más que la moneda o yo, porque está bien lejos y no me apetece caminar, además, como ya comenté, puede que no sea el mismo horizonte, ese horizonte que tiene la culpa de todo.