ESCUCHO ARDER EL VIENTO
ESCUCHO arder el viento en mis oídos
y sé que está prendiéndose un incendio;
que a través de la noche el corazón
devora brasas y se pierde al borde
de un tiempo que se agota, y yo me quedo
viendo crecer el crepitar del alma.
Cuando todo mi mundo esté arrasado
s6lo las ruinas llevarán tu nombre,
sólo las piedras te recordaran.
Y yo me quedaré por fin tranquilo,
sin pena y sin memoria, y la ciudad
que recoge mi insomnio irá bebiendo
esta lluvia desnuda que es mi carne
hasta borrar el rastro de tu piel.
Qué extraño será todo. Qué distinto.
Un mundo donde el aire sea aire
y no el aliento que te va soñando
sobre el cuchillo de una voz callada.
Pienso en el ritmo roto de mi vida,
en el hombre que soy y que te busca
por las calles nocturnas del lenguaje.
Y sé que tu presencia le dio forma
al latir de mis manos y mis huesos,
aunque después. como una diosa incierta,
dejaras caer sal sobre mis ojos
y yodo en mis heridas, abrasándome,
para curar a fuego nuestro amor.
ÚLTIMO ANIVERSARIO
SE acerca el diez de julio y las palabras
que pensaba decirte se deshacen
como arena en el fondo de mi lengua.
Los días que transcurren y se alejan
son lágrimas a punto de quebrarse,
espejos de una vida que perdimos.
Pero aquí, en este patio, en este incendio,
a mitad de camino de la noche,
tejo las huellas que me van formando.
Los recuerdos desgranan cicatrices
sobre la piel del alma; y el futuro
espera agazapado como un gato
a punto de saltar por la ventana.
Todo tiembla y se nubla y se detiene,
y tú, mi amor, que hace un instante estabas
sobre mi pecho o sobre mi memoria,
eres la verde luz de una locura,
del dolor y el sentir que nunca cesa.
Cuando llega la noche vienen pájaros
con su dulzura eléctrica, y despacio
van tejiendo sus nidos en mi pecho,
tiran de mis arterias, de mis venas,
de mi carne desnuda como escarcha.
Pero yo no los siento. Pienso en ti,
pienso en el diez de julio que se acerca,
y en la angustia secreta de esperarte
justo como se esperan los milagros.
EL RUMOR DE LOS ÁLAMOS
LA condena es saber que se ha perdido
el rumor de los álamos en el fondo del bosque; que los días
presos bajo la voz del segundero
olvidaron su savia y su sentido,
la floración secreta que los hacía mágicos.
La condena es vender el corazón
para pagar el sueldo del lenguaje, y soportar
uno a uno los golpes de sus silabas,
mientras la voz se apaga
por la maltrecha calle del recuerdo.
El polen, mientras tanto, reproduce
su sonata de magias, y los vivos
aprenden a vivir sin descubrir la vida.
La maldición jamás irá con ellos, la condena
jamás camina con los niños buenos
que sueñan con mesura y abandonan el aire
cuando encajan de lleno el primer golpe.
Los demás, amor mío, no sabemos
cómo tapar la boca a las heridas que sangran;
se nos clava un aullido en el fondo del iris
que nos alza los párpados y ensucia
una a una las noches
hasta el frío afilado de la aurora.
Por eso estoy hablándote, y permito
que el aliento se pierda en el dolor del viento,
que el calor del pulmón bombee las frases
en sístoles de sangre, o en diástoles
de miedo. Y mientras tanto
vaya grabándose en la voz que calla
esta condena y esta melodía,
para enterrar en ella,
como una luz intensa,
todas las líneas donde te buscaba.
Y TODAS LAS PALABRAS
Y todas las palabras
cayeron de los labios, y el presente
se volvió una hojarasca de momentos eléctricos
de sueños impulsados por el mar del Otoño.
Lejos de ti mi corazón enciende
la belleza de Octubre, y el silencio
es una melodía que se escapa de las manos del tiempo.
Te quería, te quiero; el viento pasa
y se lleva el amor
al llevarse la vida.
Pero ahora qué importa, te has marchado
y yo también me marcharé algún día,
y el cristal de los años
se acabará rompiendo,
como se rompe el mar entre mis manos,
a mil kilómetros de ti,
en este puerto donde muere el Sur.
recientemente publicado en la colección ADONAIS.
Gracias, Óscar.