Te recuerdo que este poemario lo extraigo de la edición 'Poesía no eres tú', del Fondo de Cultura Económica, que recoge toda la obra poética de Rosario Castellanos.
TESTIMONIOS
Como aquel que no puede decir lo que quiere
enterrado al fondo de su raza.
VICENTE HUIDOBRO
EL UNGIDO
No querían morir y que sus huesos
rodaran confundidos
ni comer tierra amarga como único sustento.
Así uno entre todos fue preservado, ungido,
y en él siguen viviendo.
Encima de los otros su destino
resplandeció una hora
y se precipitó como un astro caído.
Pero su rostro no ha sido borrado
porque uno entre todos fue testigo.
Se han ido ya. Miramos la espalda de su ausencia
y no es igual que el humo su memoria
y sus hechos no son lo mismo quela niebla.
Habló uno entre todos
y sus palabras quedan.
LA PROFECÍA
Cuando nos lo anunciaron los que velan de noche,
los que llevan el mar ausente entre sus manos
en forma de sencillos caracoles,
temblamos de alegría, como bajo el rocío
el pétalo colmado de las flores.
Lo dijeron los sabios.
Muchas señales hubo, hasta que al fin
el término del tiempo hubo llegado.
Y nosotros confusos, de rodillas,
presenciando.
Sobrevino elsilencio.
El silencio que nace del agua que bullía
y de pronto se cuaja en un espejo.
Así nos serenamos. Nos hicimos
lo mismo que los lagos para mirar al cielo.
ÉXODO
El pájaro faisán busca la rama
y desde allí vigila
lo que los hombres deliberan, hablan.
Un relámpago quieto
es su ala plegada.
Palpitando en los seres más pequeños
viene la noche; avanza;
como animal con hambre ronda los campamentos,
se acerca a las fogatas,
ocupa su lugar en el consejo.
Partiremos mañana.
Hay días,hay caminos.
Aún no es la hora de los que descansan.
Todavía otra vez, ante la faz de todos,
el pájaro faisán desplegará sus alas.
EL HERMANO MAYOR
Porque yo los amaba fui con ellos.
Yo era la raíz
que su hambre comía en el desierto.
Adentro de su carne
como ímpetu y fuerza me tuvieron.
Cerca de sus caminos
se alzó mi amor tomando la figura de un árbol
-el dador de sosiego al peregrino-.
Porque yo los amaba me detuve
cerca de los que se iban acostando, rendidos.
De noche, cuando todos se juntaban
alrededor del fuego
para contar sus días, sus hazañas,
era mi corazón el que ardía, calentándolos.
Porque yo los amaba.
LOS AMIGOS
A la sombra del árbol,
como quien va tejiendo un aguirnalda,
vamos entrelazando nuestros cantos.
Nos habíamos ido
y he aquí que volvemos a juntarnos.
El que vino del norte
trajo la roja flor violenta de los cactos.
El que llegó del este tiene el rostro encendido
lo mismo que el verano.
Y nosotros, tú y yo y los que están naciendo
y dejando en el sur la marca de su mano
somos igual que el viento que pasó por la selva,
fervientes y aromados.
RELACIÓN DEL PEREGRINO
Fuimos dejando huellas.
Larga y pacientemente acariciamos
el rostro de la piedra.
Nombrábamos así loslugares, los días
con una lengua eterna.
Señalamos un árbol
sangrando su corteza por volverlo entre todos
el único y el santo.
Se erguía ante nosotros y sostenía el cielo
el árbol señalado.
Teníamos guardada
-como un granito de oro atado en un pañuelo-
una sola palabra.
Y cuando la decíamos eran los corazones
el espejo del alba.
DESTIERRO
Hablábamos la lengua
de los dioses, pero era tambien nuestro silencio
igual al de las piedras.
Éramos el abrazo de amor en que se unían
el cielo con la tierra.
No, no estábamos solos.
Sabíamos en linaje de cada uno
y los nombres de todos.
Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas
de la ceiba se encuentran en el tronco.
No era como ahora
que aprecemos aventadas nubes
o dispersadas hojas.
Estábamos entonces cerca, apretados, juntos.
No era como ahora.
LOS ADIOSES
Quisimos aprender la despedida
y rompimos la alianza
que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
entre las amistades divididas.
Para aprender a irnos, caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,
los verdeantes prados.
Miramos su hermosura
pero no nos quedamos.
Levamos nuestros pies
donde la soledad tiene su casa
y allí nos detuvimos para siempre.
En silencio aguardamos
hasta aprender la muerte.
EL AUSENTE
Estaba en mi memoria
-como en arca cerrada
una piedra preciosa-.
Resplandecía en lo interior, oculto,
iluminando el rostro opaco de las cosas.
Desde donde venimos lo traía,
en las entrañas de mi corazón
como adentro del fruto la semilla.
Allí, como promesa,
la eternidad, la vida.
Pero, ay, los caminos
¿adónde van si no es a la traición,
si no es al olvido?
He aquí mi mejilla sin tatuaje,
lisa como el guijarro del fondo de los ríos.
ELEGÍA
La cordillera, el aire de la altura
que bate poderoso como el ala de un águila,
la atmósfera difícil de una estrella caída,
de una piedra celeste ya enfriada.
Ésta, ésta es mi patria.
Rota, yace a mis pies la estera que tejieron
entrelazando hilos de paciencia y de magia.
O voy pisando templos destruidos
o estelas en el polvo sepultadas.
He aquí el terraplén para la danza.
¿Quién dirá los silencios de mis muertos?
¿Quién llorará la ruina de mi casa?
Entre la soledad una flauta de hueso
derramando una música triste y aguda y áspera.
No hay otra palabra.
ECLIPSE TOTAL
¡Otra vez el estruendo reventando en mi oreja!
Me sacude el oleaje en que respira
como un gran animal, furioso, el mundo.
Hierven todas las cosas
consumidas por una llama hambrienta
que ya alcanzó mi calcañar y muerde.
Entré en una región donde el ala no vuela,
al dominio de un dios solitario y nocturno,
a la órbita de un astro ya eclipsado.
¡Oh vértigo de piedra que oyó un clamor de abismo!
Desde mi corazón estoy hablando.
Mi corazón de roncos metales en que suena
com un gemido lúgubre tu nombre.
En este ay me está doliendo el mundo.
Me duele en mí, criatura donde el mal
revienta como pústula.
Me duele en mí, blasfemia
lanzada ante la faz pura del día.
Mentí cuando lo dije:
"He aquí mi verdor, sobre el que brilla
igual que un astro mínimo el rocío".
Ahora estoy diciendo la verdad:
soy la hierba deshecha
bajo un golape bárbaro.
¡Qué tremendo es el rostro del amor
cuando lo contemplamos
con los ojos sin lágrimas!
Su visión nos detruye. Sólo queda
una ceniza oscura
como la de un papel escrito por el fuego.
No fue la luz el sello de nuestro pacto.
Buscamos, como el topo, la madriguera oculta
y allí juramos: sea
este beso la losa sepulcral
para yacer bajo ella, condenados.
¿Bajo qué ley podríamos plantar un árbol nuestro
si ante tú y yo la tierra se reseca de sal
y retrocede la nube benéfica?
Nuestra heredad es sólo la sed y el desamparo
y un secreto, como una devastación, terrible,
desenvaina en el cielo su relámpago.
Nuestra patria es la muerte. Sólo allí
la hiedra reclinada sobre el árbol.
En el ruido del mundo
tu palabra y la mía no se hallaron.
Pero en aquel silencio
el diálogo.
Lo quisimos eterno.
Que viva más allá de nosotros, dijimos.
Y un día y otro día
nuestra lengua probó sabor de juramento.
Lo quisimos eterno, irrevocable.
Como el infierno.
Lengua de la mentira soy, mano del crimen.
En mí aprende
su color la vergüenza.
Como piedra colérica lanzo mi corazón,
quebrando en mil pedazos el espejo del mundo
para mirar mil veces el rostro de mi culpa.
Porque presté mi carne
para que la traición tuviera forma
y para que adquiriera volumen la vergüenza,
estoy aquí, peor que la cautiva
llevada a la presencia de su dueño
y que al mostrar los pies descalzos, llora.
Se dijo la sentencia.
En el vaso precioso de la creación corrió
como un escalofrío su resquebrajadura.
Sobre la piel del animal humea
una marca infame
y tiembla el pobre arbusto
bajo un viento brutal de taladores.
Cómplice mío, cubre tu corazón y unge
de sordera tu oreja.
Esta música espesa que es el mundo
chorrea en el vacío
mientras un ojo inexorable mira.
El viento, que sacude al árbol cuando quiere
arrancarle su fruto,
ya no se acerca a mí con manos de despojo.
En su fecha cedí al Rondador el peso
con que el amor se inclina hacia la tierra
y se asomó en los nombres
que en mí la primavera pronunciaba.
Ahora no sostengo más testimonio que éste,
cruel, de la madera desnuda en la que sólo
el hachazo penetra.
En los días dichosos esta espuma
de preguntas amargas
no subió hasta mi boca.
Bastaba estar aquí,
tocar las cosas como suspirando,
irse, dejar atrás la flor de las ciudades
y ofrecer la mejilla a un aire y a otro aire
como a dos ráfagas del mismo incendio.
Basta ser el ámbito vacío
no atravesado nunca
por un vuelo.
La fuerza oscura que nos pide muerte
trabaja en mí, me llama
con silencio de pez entre mis venas.
Cierro los ojos y se borra el mundo.
Los árboles atentos, la luz en la que amé,
la piedra que quería decir algo
con su lengua torpísima
huyen, como el reflejo huye en el agua.
Mi corazón, vestido de su otoño,
com una hoja amarillenta, cae.
Y yo abro las manos. Y consiento.
MISTERIOS GOZOSOS
1
Ah, nunca másla conocida
ternura, la palabra pequeña, familiar,
que acaba en mi boca.
Nunca ya mi cabeza
segada dulcemente por la mano más próxima.
Nunca la juventud como una casa
espaciosa, asoleada de niños y de pájaros.
Adiós para la tierra que en mi torno bailaba.
Voy a entrar en tu hora, soledad; en tu mano, destino.
2
Aquí tienes mi mano, la que se levantó
de la tierra, colmada como espiga en agosto.
Aquí están mis sentidos
de red afortunada,
mi corazón, lugar de las hogueras,
y mi cuerpo que siempre me acompaña.
He venido, feliz como los ríos,
cantando bajo un cielo de sauces y de álamos
hasta este mar de amor hermoso y grande.
Yo ya no espero, vivo.
3
Día del esplendor
y la abundancia.
La cosecha me pesa
sobre la falda.
Abrid puertas, amigos,
y ventanas
convidando las gentes
a mi casa.
Dad a todos el pan,
la posada.
No ahuyentéis las palomas
si bajan.
4
Con un gesto de tierra abro los brazos.
Con un gesto de tierra
cuyo regazo acuna a todas las criaturas.
El amor me levanta,
me sostiene, extasiada como en una gran luz,
cantando mi destino de raíz
y mi obediencia.
Yo no le busco el rostro a esta maternidad
que colma las medidad.
Vosotros no busquéis la muchedumbre de hijos.
Pero ved mis acciones
manando como la leche espesa y silenciosa.
5
Este lugar que soy, como arena con ríos,
hace tiempo conoce la visita del cielo.
Sobre mi rostro cruza la procesión de pájaros
y yo voy extasiada, persiguiéndolo,
sin sentir que las piedras me golpean, me rompen,
me rechazan.
Camino sin medir fatiga ni distancia.
Ay, alcanzaré el mar, y el cielo irá volando más allá.
6
A veces tan ligera
com un pez en el agua,
me muevo entre las cosas
feliz y alucinada.
Feliz de ser quien soy,
sólo una gran mirada:
ojos de par en par
y manos despojadas.
Seno de Dios, asombro
lejos de las palabras.
Patria mía perdida,
recobrada.
7
Esta tierra que piso
es la sábana amante de mis muertos.
Aquí, aquí vivieron y , como yo, decían:
Mi corazón no es mi corazón,
es la casa del fuego.
Y lanzaban su sangre como un potro vehemente
a que mordiera el viento
y alrededor de un árbol danzaban y bebían
canciones como un vino poderoso y eterno.
Ahora estoy yo aquí. Que nadie me salude
como a un recién llegado. Si camino así, torpe,
es porque voy palpando y voy reconociendo.
No llevo entre las manos más que una breve brasa
y un día para arder.
¡Alegría! ¡Bailemos!
Quiero jurarlo aquí, amigos: otra vez
como la primavera
volveremos.
8
Yo, pájaro cogido
y garganta prestada,
vengo a dar obediencia,
Señor de mano abierta
y poderosa casa.
A cantar en los patios,
con las otras mujeres
destrenzadas,
himnos de gratitud
y coros de alabanza.
Desde el anochecer
hasta la madrugada.
Señor de mano abierta
y poderosa
casa.
9
Como Abel a Caín
para que lo guardase
me dieron don precioso
como de llamas y aire.
Las sendas de la tierra
las recorro temblando.
¡Ladrones de caminos,
no me vaciéis las manos!
Pues Dios reclamará
el tesoro confiado,
y yo ¿qué le daría
más que un oscuro rostro avergonzado?
10
Alrededor de mí -lo que estoy mirando
como en torno de un huérfano
un grupo de mujeres solícitas, piadosas-
mueve su lenta ronda protectora
la casa.
Madre que abre las puertas como abriera los brazos,
que ha levantado el techo igual que se levanta
la mano en bendición por sobre mi cabeza,
y que ofrece el arrimo de sus paredes sólidas
com quien da a un polluelo el hueco de sus alas.
Yo ya no puedo hablar. No tengo más palabras
que las que el amor urge y santifica
para mostrar aquí mi corazón
contento y sosegado,
en medio de la casa durmiendo, como aljibe
colmado.
11
Me quedo en las palabras
igual que en un remanso, contemplando
cielos altos, profundos y tranquilos.
Por nada cambiaría
mi destino de sauce solitario
extasiado en la orilla.
Si alguna vez me voy me iré llevando
una mirada limpia
donde los otros beban el resplandor ausente.
12
El que buscó mi mano
para cortar racimos,
deje mi mano suelta
sin fruto y sin anillo.
El que llamó a mi cuerpo
para nacer, se calle.
No ponga en mi cintura
la guirnalda de madre.
Adiós, adiós los nombres,
las máscaras, la casa.
Yo no soy, yo no soy
más que un pequeño cauce amoroso del agua.
13
Señor, agua pequeña,
sorbo para tu sed
espera.
Señor, para el invierno,
alegre,
chisporreteante hoguera.
Señor, mi corazón,
la uva
que tu pie pisotea.
14
Sólo como de viaje, como en sueños.
Como quien ama un río,
como quien hace casa para el viento.
Sólo como quien deja un palomar
abierto.
15
Toda la primavera
ha venido a mi casa
en una flor pequeña
sólo la flor y fragancia.
Yo rondo este perfume
como una enamorada,
voy y vengo buscando
loores, alabanzas.
Con el amor me crece
la ola de nostalgia.
¡Cómo serán los campos
en donde fue cortada!
16
Heme aquí en lo sumbrales de la ley.
El mundo que venía como un pájaro
se ha posado en mi hombro
y yo tiemblo lo mismo que una rama
bajo el peso del canto
y del vuelo un instante detenido.
17
Más hermosa que el mundo tu mirada
¡y el mundo es tan hermoso!
Preferible tu emor
a los frutos amables de la tierra,
a la embriaguez amante de los aires.
Tu presencia más grande que los mares.
Yo he buscado a los hombres
que llevan la justicia a sentarse en los pórticos
y vigilan el fiel de su balanza,
para cambiar las joyas y las túnicas
y los dones preciosos
por la menor de todas tus palabras.
18
El centro de la llama
mi centro.
Aquí arder, aquí hablar
lo verdadero.
Yo no me fui,
no he vuelto;
yo siempre estuve aquí
viviendo
sin ayer, sin mañana,
ni próximo, ni lejos,
este minuto único
y eterno.
EL RESPLANDOR DEL SER
Sólo el silencio es sabio.
Pero yo estoy labrando, como con cien abejas,
un pequeño panal con mis palabras.
Todo el día el zumbido
del trabajo feliz va esparciendo en el aire
el polvo de oro de un jardín lejano.
En mí crece un rumor lento como en el árbol
cuando madura un fruto.
Todo lo que era tierra -oscuridad y peso-,
lo que era turbulencia de savia, ruido de hoja,
va haciéndose sabor y redondez.
¡Inminencia feliz de la palabra!
Porque una palabra no es el pájaro
que vuela y huye lejos.
Porque no es el árbol bien plantado.
Porque una palabra es el sabor
que nuestra lengua tiene de lo eterno,
por eso hablo.
El ser eterno, único,
la redondez del círculo cumplida.
Boca que se abre para decir sí
como se abre -asintiendo- la semilla.
Baja a la inteligencia
total, sin mengua, la palabra;
y queda (como el ámbito por el que vuela un pájaro)
plena y maravillada.
En mí su voluntad no fue hermosura.
Me hizo, como a la planta del desierto,
áspera y taciturna.
Me alzó para medir la soledad
en la extensión sin término, desnuda.
El viento herido en mis espinas- sangra.
Mi única flor es la obediencia oscura.
No ser ya más. O ser
sumisa, un instrumento.
Una flauta en los dedos de la música,
una espiga inclinada bajo el verano inmenso.
No ser ya más. Girar
disciplinadamente ceñida al universo.
Navegar sin orillas
en el amor perfecto.
Amanece en el valle. Con qué lento
resplandor se sonrosa la nieve de las cimas
y cómo se difunde la luz en el silencio.
Hechizada, contemplo el milagro de estar
como en el centro puro de un diamante.
¡Ah, despertar, vivir,
amar, amar el viento
como un amor de pájaro!
De toda la creación esta creatura,
ésta, para mi gozo.
Escogida y perfecta,
coronación del mundo más hermoso.
De su promesa viene
a ser presencia pura.
¡Oh, amor! ¡Oh, misterio,
agua donde la perla se consuma!
¡Alegría de ser dos! En dos orillas
va el río, regalándose.
En dos alas el pájaro
sube al centro del aire.
En las manos unidas
reposa, sostenido, el universo.
¡Alegría de ser dos, y entre los dos
lo eterno!
Me llamas, como a Eurídice,
rompiendo la tiniebla.
El nombre que me das
es para que amanezca.
Sonreída, inocente,
hierba, me vuelvo al aire conmovido.
De la noche no tengo
más que el rocío.
Me alegro con la rama del almendro.
Calló todo el invierno, pero sin descansar,
pues preparaba el tiempo
de convertir lo oscuro de la tierra
en esta flor con la que hoy me alegro.
Se mecía la rama
y era una flor abierta
su única palabra.
¡Cuánta muerte vencida para alcanzar la cima
de plenitud tan breve y delicada!
No era la eternidad. Era la primavera.
La primavera que florece y pasa.
Lo supe con mi carne.
Que la vida es la flor que entre sus dedos
va deshojando el aire
para dejar sin cárcel el perfume
y sin dueño la miel temblorosa del cáliz.
Así, como a la flor del cardo, nos destruye.
Lo supe con mi carne.
¡Qué amistad la del agua con su cauce
y qué conversación la de la rama
cortejada del aire!
En la mano del día
resplandece un anillo de esponsales.
¡Quñe nupcias de la luz y del espejo!
Nadie está solo. Nadie.
No temo por la hoja del arbusto pequeño,
aunque la oculte el árbol poderoso,
aunque la huelle el paso del becerro.
El rocío la embellece
de noche y en silencio.
¡Cömo canta la tierra cuando gira!
Canta la ligereza de su vuelo,
su libertad, su gracia, su alegría.
Así cantan los pájaros
regresando a su nido desde lejos.
El amor que nos ama
no aparta de nosotros ni un instante
la mirada.
Bajo ella estamos todos los dispersos,
como espigas en haz, en gravilla apretada.
La medida completa
que él alzaría en sólo una brazada.
¿Quién vivió y no lo cree?
Las palabras lo juran,
lo atestiguan los seres.
Que este don que nos dieron es don que se recibe
y ya no se devuelve.
A veces hay la noche,
pero la luz es fiel y vuelve siempre.
Al tercer día todo resucita.
Sólo la muerte muere.
No te despidas nunca.
La hoja que el otoño desprende de la rama
conoce los caminos del regreso.
La juventud recuerda su querencia.
La golondrina vuelve del destierro.
No te despidas nunca, porque el mundo
es redondo y perfecto.
LAMENTACIÓN DE DIDO
Guardiana de la tumbas; botín para mi hermano, el de la corva garra de gavilán;
nave de airosas velas, nave graciosa, sacrificada al rayo de las tempestades;
mujer que asienta por primera vez la planta del pie en tierras desoladas
y es más tarde nodriza de naciones, nodriza que amamanta con leche de sabiduría y de consejo;
mujer siempre, y hasta el fin, que con el mismo pie de la
sagrada peregrinación
sube -arrastrando la oscura cauda de su memoria-
hasta la pira alzada del suicidio.
Tal es el relato de mis hechos. Dido mi nombre. Destinos
como el mío se han pronunciado desde la Antigüedad con palabras hermosas y nobilísimas.
Mi cifra se grabó en la corteza del árbol enorme de las tradiciones.
Y cada primavera, cuando el árbol retoña,
es mi espíritu, no el viento sin historia, es mi espíritu el que estremece y el que hace cantar su follaje.
Y para renacer, año con año,
escojo los apóstrofes que me coronan, para que resplandezca con un resplandor único,
éste, que me da cierto parentesco con las playas:
Dido, la abandonada, la que puso su corazón bajo el hachazo de un adiós tremendo.
Yo era lo que fui: mujer de investidura desproporcionada con la flaqueza de su ánimo.
Y, sentada a la sombra de un solio inmerecido,
temblé bajo la púrpura igual que el agua tiembla bajo el légamo.
Y para obedecer mandatos cuya incomprensibilidad me sobrepasa recorrí las baldosas de los pórticos con la balanza de la justicia entre mis manos
y pesé las acciones y declaré mi consentimiento para algunas -las más graves-.
Esto era en el día. Durante la noche no la copa del festín, no la alegría de la serenata, no el sueño deleitoso.
Sino los ojos acechando en la oscuridad, la inteligencia batiendo la selva intrincada de los textos
para cobrar la presa que huye entre las páginas.
Y mi oídos, habituados a la ardua polémica de los mentores,
llegaron a ser hábiles para distinguir el robusto sonido del oro
del estrépito estéril con que entrechocan los guijarros.
De mi madre, que no desdeñó mis manos y que me las ungió desde el amanecer con la destreza,
heredé oficios varios; cardadora de lana, escogedora del fruto que ilustra la estación y su clima,
despabiladora de lámparas.
Así pues tomé la rienda de mis días: potros domados, conocedores del camino, reconocedores de la querencia.
Así pues ocupé mi sitio en la asamblea de los mayores.
Y a la hora de la partición comí apaciblemente el pan que habían amasado mis deudos.
Y con frecuencia sentí deshacerse entre mi boca el grano de sal de un acontecimiento dichoso.
Pero no dilapidé mi lealtad. La atesoraba para el tiempo de las lamentaciones,
para cuando los cuervos aletean encima de los tejados y mancillan la trasparencia del cielo con su granizo fúnebre;
para cuando la desgracia entra por la puerta principal de las mansiones
y se la recibe con el mismo respeto que a una reina.
De este modo transcurrió mi mocedad: en el cumplimiento de las menudas atreas domésticas; en la celebración de los ritos cotidianos, en la asistencia a los solemnes acontecimientos civiles.
Y yo dormía, reclinando mi cabeza sobre una almohada de confianza.
Así la llanura, dilatándose, puede creer en la benevolencia de su sino,
porque ignora que la extensión no es más que la pista donde corre, como un atleta vencedor,
enrojecido por el heroísmo supremos de su esfuerzo, la llama del incendio.
Y el incendio vino a mí, la predación, la ruina, el exterminio
¡y no he dicho el amor!, en figura de náufrago.
Esto que el mar rechaza, dije, es mío.
Y ante él me adorné de la misericordia como del brazalete de más precio.
Yo te conjuro, si oyes, a que respondas: ¿quién esquivó la adversidad alguna vez?¿Y quién tuvo a desdoro llamarla huésped suya y preparar la sala del convite?
Quien lo hizo no es mi igual. Mi lenguaje se entronca con el de los inmoladores de sí mismos.
El cuchillo bajo el que se quebró mi cerviz era un hombre llamado Eneas.
Aquel Eneas, aquél, piadoso con los suyos solamente;
acogido a la fortaleza de muros extranjeros; astuto, con astucias de bestia perseguida;
invocador de númenes favorables; hermoso narrador de infortunios y hombre de paso; hombre con el corazón puesto en el futuro.
-La mujer es la que permanece; rama de sauce que llora en las orillas de los ríos-.
Y yo amé a aquel Eneas, a aquel hombre de promesa jurada ante otros dioses.
Lo amé con mi ceguera de raíz, con mi sometimiento de raíz, con mi lenta fidelidad de raíz.
No, no era la juventud. Era su mirada lo que así me cubría de florecimientos repentinos. Entonces yo fui capaz de poner la palma de mi mano, en signo de alianza, sobre la frente de la tierra. Y vi acercarse a mí, amistadas, las especies hostiles. Y vi también reducirse a número los astros. Y oí que el mundo tocaba su flauta de pastor.
Pero esto no era suficiente. Y yo cubrí mi rostro con la máscara nocturna del amante.
Ah, los que aman apuran tósigos mortales. Y el veneno enardeciendo su sangre, nublando sus ojos,trastornando su juicio, los conduce a cometer actos desatentados; a menospreciar aquello que tuvieron en más estima; a hacer escarnio de su túnica y arrojar su fama como pasto para que hocen los cerdos.
Así, aconsejada de mis enemigos, di pábulo al deseo y maquiné satisfacciones ilícitas y tejí un espeso manto de hipocresía para curbrirlas.
Pero nada permanece oculto a la venganza. La tempestad presidió nuestro ayuntamiento; la reprobación fue el eco de nuestras decisiones.
Mirad, aquí y allá, esparcidos, los instrumentos de la labor. Mirad el ceño del deber defraudado. Porque la molicie nos había reblandecido los tuétanos.
Y convertida en antorcha yo no supe iluminar más que el desastre.
Pero el hombre está sujeto durante un plazo menor a la embriaguez.
Lúcido nuevamente, apenas salpicado por la sangre de la víctima,
Eneas partió.
Nada detiene al viento. ¡Cómo iba a detenerlo la rama de sauce que llora en las orillas de los ríos!
En vano, en vano fue correr, destrenzada y frenética, sobre las arenas humeantes de la playa.
Rasgué mi corazón y echó a volar una bandada de palomas negras. Y hasta el anochecer permanecí, incólume como un acantilado, bajo el brutal abalanzamiento de las olas.
He aquí que al volver ya no me reconozco. Llego a mi casa y la encuentro arrasada por la furias. Ando por los caminos sin más vestidura para cubrirme que el velo arrebatado a la vergüenza; sin otro cíngulo que el de la desesperación para apretar mis sienes. Y, monótona zumbadora, la demencia me persigue con su aguijón de tábano.
Mis amigos me miran al través de sus lágrimas; mis deudos vuelven el rostro hacia otra parte. Porque la desgracia es espectáculo que algunos no deben contemplar.
Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que para mí no hay muerte.
Porque el dolor -¿y qué otra cosa soy más que dolor?- me ha hecho eterna.