Bastaría para sanarmeNo es el amor,
es otra cosa lo que me mueve.
Es un sueño de tragedia,
una alegoría imposible,
es el deseo
de vivir otras vidas que no sean la mía
para olvidar lo absolutamente ordinaria
que esta vida es.
No es el amor
sino un sueño egoísta
de andar otras ciudades,
hablar otros idiomas,
alejarme del cotidiano eterno,
del calor, del frío, del tedio,
de mis propios deseos,
de mi forma de ser, que tanto aborrezco a veces,
o que tanto amo para no ver más allá de mí
y despreciar a todos por no ser actores de cine.
Por no ansiar la gloria me detesto,
por esperarla del otro, siempre del otro,
creyéndome al mismo tiempo
la única especial de mi entorno,
como si por soñar ya mereciera el premio
de un lugar diferente.
Este es el aburrimiento de los ricos,
el pasatiempo de quien todo lo tiene,
yo que tanto creía no ser como ellos
y que me vendría tan bien, ahora,
un Jesucristo,
que me devolviera la vista y me dejase ver
todo lo que el mundo y yo
podríamos darme.
Una palabra tuya
bastaría para
tanto…
Conclusión vanaYo te miro
más allá de tus ojos,
te encuentro
más allá de tus manos.
Y esta capacidad mía
de verte
más allá de lo que me muestras
no me sirve absolutamente para nada.
Planchar para no pensarMe gustan las conversaciones cara a cara,
no me resigno a los chat
aunque a veces
yo también caigo en la trampa
de una conversación de dos horas que habría sido,
dónde va a parar,
mucho más agradable en el banco de una plaza.
Recuerdo un tiempo en que
para ver al chico que te gustaba
tenías que esperar a verlo pasar por tu ventana
camino del gimnasio.
Ahora
esperas verlo conectarse al facebook.
Dentro de poco
será imposible pasar un día solo.
Espero no comprarme nunca un aifon
¿te imaginas? tol día con el what’s up
interrumpiendo pensamientos sin ningún interés
pero que al menos son tuyos,
pero que están ahí para algo,
para llenar tu vida de ti mismo,
eso de lo que todos huímos
con el facebook.
Yo también tengo mis técnicas:
planchar para no pensar,
planchar para no sentir.
Al menos no contamino
mi no sentir con ideas de otros,
con la excursión de fulana al Atacama,
con la pasión de mengana por la rumba.
Sed sinceros: no es lo mismo
que te lo cuente en persona marcándose unos pasos.
Como diría mi Sanz: es distinto.
Y a lo mejor me lo merezco.
Una más entre tantos millonesMe preocupa
la cantidad de seres humanos que, como yo,
se creen únicos,
inimitables, originales.
Aquí voy por el metro
y pasa uno y uno y uno,
de pronto, cientos de individuos,
¿será posible
que cada mundo interior sea tan grande como el mío?
que todos ellos tengan sueños, metas, ilusiones,
que recuerden su infancia,
que amen a su amado,
que sufran por sus pérdidas.
Os aseguro que este pensamiento
me hace dudar de mis propias ideas.
Será que todos creemos
que somos importantes,
cuando a la vista está que no es posible,
que somos figurantes
en la película de otro,
un hilito de alfombra,
un píxel entre tantos,
si acaso un megaperl, un planetilla
de sistema estelar.
Mi andén lleno de gente
que vamos hacia el norte, los de enfrente
igualmente esperando,
tal vez visualizando
su camino al trabajo
que está justo al otro lado
de la ciudad,
sin embargo para ellos es,
y esto sí que me fascina,
El Camino al trabajo, con mayúsculas.
Claro que también están
los que no tienen nada en la cabeza,
sólo el vestido que se pondrán mañana
o la canción siguiente de su ipod
(importante para mí, que también la escucho),
que no han reflexionado nunca
sobre un solo porqué.
Hasta ellos son diferentes
por mucho que querrían,
ellos sí que querrían,
parecerse a los otros,
esos otros tan cool, tan populares
de su barrio o entorno
(incluso de la tele).
Afortunadamente nos morimos,
imagina si no qué mogollón.
Cómo se hizo de bien este milagro
que entonces añoramos al ausente,
lloramos el vacío que dejó
como si nadie más,
de los seis mil millones,
lo pudiera llenar.
No entiendo al ser humano,
me sobrepasa
imaginar a los miles
que no conoceré pero que podrían,
perfectamente, ser
el amor de mi vida
cuando al mío lo encontré en mi pueblo
(un pueblo de ná),
los amigos con que formaría
una pandilla genial de afinidades.
Pero eso nunca pasará por estadística,
así que al ir en metro me conformo
con asumir que en mi vagón van otros treinta y cinco
y recordar que todos ellos
se creen tan especiales como yo.
Poemas de María Trujillo en VerdeAzulNaranja, su blog.