(Para leer el poema y el resto del comentario sigue la etiqueta Sobre Cántico.)
Pero también masa porque los dos cuerpos se amalgaman: aquello del fundirse tan cursi y tan frecuente, o lo de las medias naranjas. (Pienso en el romanticismo, sí, pero pienso en el romanticismo como concepción del hombre como parte integrante, gozosa y consciente del orden natural.) Así que los amantes hacen masa y constituyen un nuevo ente, gozoso, para más señas, un ser que es pleno. (¿Cómo no va a serlo si todo lo que le rodea y forma ha sido traído al poema?) (¡Qué curioso!, digo lo anterior asumiendo como cierto que la realidad del texto es exclusivamente literaria.)
La brevedad del contacto apuntada antes se declara en la expresión ‘Atónita luz’. Atónito, que no a tonito, que tan bien vendría para describir la erótica escena que se nos está presentando: pasmado o espantado de un objeto o suceso raro, según el falible DRAE. Rara e infrecuente ocasión, por tanto: atónita luz. ¿Absorto? Admirado, pasmado. ‘Y rojos absortos’, concreción, por tanto, de la luz atónita: este raro acontecimiento se da ante el alba o ante el ocaso. Y a mí, ya sabéis, pensando en Jorge y su Cántico me da por pensar que todo es amanecida. A ver, razonemos: se juntan un muchacho y una muchacha (que sean esos sus sexos lo digo yo, no el poema, aunque me da a mí que no ando despistado en la intención de Jorge) a sobarse y amasarse, vamos, a reproducirse. Convendrás conmigo que esto no puede ser el final, es el principio de la humanada. Así fuimos tú y yo, aunque nos duela. (Juan José Arreola dice que el principal motivo de rencor hacia su madre es que se entregase a su padre, aunque fuera para engendrarle, lo que le agradece, sin duda. No recordaba que Arreola pensara como yo, seguro que somos más.)
Aunque, si continuamos y leemos: ‘¿Y el día? Lo plano/ Del cristal. La estancia/ Se ahonda, callada./ Balcones en blanco’, entendemos que afuera no hay luz, que en el cristal del balcón se refleja, ahondándose, la estancia, y puede darnos por pensar que es que el sol se ha marchado, que es el término del día. Pero no, es que aún no ha llegado, el día está por comenzar: ‘Sólo, Amor, tú mismo,/ Tumba. Nada, nadie,/ Tumba. Nada, nadie,/ Pero…-¿Tú conmigo?’ El día es la vuelta a la soledad, a la cotidiana tumba del ser que desconfía de que el amor esté con él. Esta vuelta hacia adentro es la dada al pasar de mirar o ver bosques y aves afuera a no ver en el cristal del balcón más que el reflejo de la propia estancia, ahondada. Si volvemos al principio del comentario y compartimos que cada amante es en sí un balcón ingrávido desde el que lleno de vértigo observa y es contemplado, aquí es que cada cual se vuelve hacia sí, no es una estancia la que se refleja en el balcón, son dos estancias en sendos balcones, Jorge nos muestra la suya.