Santiago Gómez Valverde, en la dedicatoria de su último libro, Sed de vida, me dice que compartimos “la afición de vestir al silencio con palabras”. Para él, probablemente, el silencio es la falta, la escasez, el desnudo más ridículo y vergonzante. Todos los silencios son incómodos, tirantes. Ese calzoncillo ajustado que se nos sube, o esa braguita rebelde y juguetona. Nunca un tanga, claro.
Para Carlos Ávila, sin embargo, en La paz a ti debida, que sabe y defiende que el otro es la paz, hay matices:”Me gusta el silencio/cuando sabe a música”, ”pero como le aborrezco/al silencio de la duda”, ”Silencio en los teléfonos/incluso cuando hablas”.
Santiago y Carlos hablan de la vida, no de la poesía. Su poética es extensión de su pulso vital. Es una poesía que nace del otro, de nuestra experiencia en el otro. La oportunidad para enseñar lo que habitualmente escondemos. Hacer poesía es salvar el silencio.
Otra forma de concebir la poesía,
No es reflejo lo que se busca, sino sombra, y dos hombres de metro ochenta proyectan una sombra idéntica.
En versos de Vanesa Pérez-Sauquillo, de su poemario Invención de gato, “dentro todo es leyenda/negra como mi voluntad,/sombra de sombras”.
Bajo esta concepción, el verso no viene del otro, sino que nos lleva a él.