AGAMENÓN
Cruel es mi destino si no cumplo,
pero también cruel si degüello a mi hija,
de mi hogar la alegría,
y con un chorro de sangre virginal yo mancho
junto al altar estas manos de padre.
¿Cuál de los dos partidos
está libre de males?
¿Y cómo puedo abandonar mi escuadra
traicionando así mis alianzas?
Pues que este sacrificio,
que ha de calmar los vientos,
que esta sangre de virgen,
con todo ardor deseen,
no es, en verdad, un crimen,
¡qué sea para bien!
[...]
CLITEMNESTRA
(Que aparece ante la puerta con frialdad y dueña de sí misma.)
Si antes dije palabras que exigía
este trance y ahora lo contrario
proclamo, no voy a sentir rubor.
Pues, ¿cómo en otro caso el que se apresta
a descargar su bilis contra aquel
que le odia a su vez, fingiendo ser
amigo suyo podría una trampa
insalvable de muerte levantar?
Ha tiempo que tenía preparado
este proyecto. Y ya llegó la hora
del triunfo final, ¡tras tanto tiempo!
Aquí me yergo, do descargué el golpe
ante mi víctima; y obré de tal
manera, no os lo voy a negar, que
no ha podido ni huir ni defenderse.
Una red sin salida, cual la trampa
para peces, eché en tomo a su cuerpo
-la pérfida riqueza de un ropaje—.
Lo golpeo dos veces, y, allí mismo,
entre un grito y un grito, se desploma.
Cuando está ya en el suelo, un tercer golpe
le doy, ofrenda al Zeus de bajo tierra,
protector de los muertos. Ya caído,
su espíritu vomita; exhala, entonces,
un gran chorro de sangre, y me salpica
con negras gotas de sangrante escarcha.
Y yo me regocijo cual las mieses
ante el agua de Zeus, cuando está grávida
la espiga. Y eso es todo. Alegraos
por ello, argivos. Si es que os causa gozo.
Yo exulto, y si fuera razonable
verter sobre un cadáver libaciones,
ahora fuera justo, y más que justo.
A tal punto, la crátera, de males
execrables llenó, y ahora lo paga...
[…]
(Muy agitado.)
¿Qué mala hierba, mujer,
nutrida por la tierra, qué ponzoña
sacada del mar bebiste
para atreverte a cargar
sobre ti este sacrificio
despreciando la maldición de un pueblo?
Pero serás una mujer sin patria,
odio implacable de tu propia tierra.
CLITEMNESTRA
¿Ahora decretas para mí el destierro
y soportar el odio de mis gentes,
y las imprecaciones de mi pueblo?
Pero entonces no hiciste nada en contra:
este varón, que, sin darle importancia,
como si se tratara del destino
de una res, cuando sobran las ovejas
en el rebaño, osó sacrificar
—el parto más querido de mi vientre—
a su hija, para hechizar los vientos
de Tracia. ¿No era éste a quien debías
de esta tierra expulsar, así lavando
sus crímenes? Acabas de escucharme,
¡y te eriges ya en juez de mi conducta!
Lanza tus amenazas a sabiendas
que estoy igualmente preparada.
Y si tú me doblegas con tu brazo,
podrás ser mi señor, mas si los dioses
deciden lo contrario he de enseñarte
a saber, aunque tarde, qué es prudencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario