MENSAJE DE RÓMULO AUGÚSTULO A ODOACRO
Odoacro, no has querido conocerte.
No conoces el dolor tampoco. No me has conocido
y sin embargo hace siglos que yo te conozco, que te echo de menos.
Porque la ausencia de mi padre pesa como una losa,
porque mi padre me ha enviado a buscarte y aquí estoy,
dispuesto al abrazo, a perdonarte en su nombre.
No tiene nada el hombre que sólo tiene odio,
no es nada ese hombre sin la emoción, no es nada.
Yo te he buscado en el Hudson para hacértelo llegar,
para que comprendas mi dolor, para que lo hagas tuyo.
No debes tenerme miedo, mis manos desnudas me obedecen;
hace tiempo que desterré la idea de que viajases
al encuentro de mi padre, que le contaras tus motivos, que te llenaras
de Hudson las venas, que te hicieras para siempre todo Hudson.
No quiero el daño en tu honor, no he venido para eso,
quiero salvarte, quiero salvarte, porque somos animales,
porque somos animales capaces de emocionarnos,
de sentir esto que siento, de decir esto que digo,
porque no somos sólo animales.
Recibe un abrazo, Odoacro, sin el peso de mi espada,
no seré yo quien te condene, ojalá los siglos
te olviden para siempre, para siempre.
MENSAJE DE RÓMULO AUGÚSTULO A ODOACRO
Me dan igual los que te borran, Odoacro,
he comprendido la sangre en Pavía
(ellos no saben) y he acudido a tu encuentro,
yo, Rómulo Augústulo, hijo de Orestes, hijo de Roma,
porque no llevas razón y lo importante
es saber que mañana no podrás defenderte.
CARTA A RÓMULO AUGÚSTULO
Si no es la emoción, Rómulo Augústulo, nada nos queda,
acaso el delta de secano en inciertos muslos,
la resurrección de Lázaro a los ochenta en otra cama,
la conspiración de Pisón de nuestros jóvenes,
saber que hemos dicho porque no hemos dicho.
Haber contado los días que no nos quedan,
nada he perdido que no lo eche de menos
y nada he ganado que no lo eche en falta.
Así que no preguntes, Rómulo Augústulo, por qué mis trémulos
dedos, por qué mis dedos te hacen llagas al encontrarse
en este dolor de Hudson que nos ha salvado.
CARTA A RÓMULO AUGÚSTULO
Y después de tanta niebla que añadir al humo,
y advertir humo en el recuento de niebla,
y no tener mayor encargo que buscarse
entre millones de neblinas personas,
y no saberse, y no tener mejor balance
que el reino de la nada,
vienes tú, Rómulo Augústulo, con no sé qué idioma de niebla,
a recordarme lo que no sé, aquello que ignoro cum laude,
a licenciarme en el humo ajeno,
vestirme de humo los martes, alisarme la niebla a todas horas,
contarme la niebla que me falta que restar al humo,
y me obligas a juntar palabras de niebla,
y a contradecir la niebla, y a ondear señales de humo
como banderas, y a contar las palabras que me faltan
en mi vocación de humo,
más humo que añadir a la niebla.
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