VI (2)
Las tragediantas han venido, bajando las callejuelas. Se han mezclado con la gente del puerto sin despojarse de sus vestidos escénicos. Se han abierto camino hasta el borde de la mar. Y en la aglomeración aderezaban sus vastas caderas rurales.
¡He aquí nuestros brazos, he aquí nuestras manos! ¡Las palmas de nuestras manos pintadas como bocas y nuestras heridas simuladas para el drama!
Las tragediantas agregan a los acontecimientos del día sus vastas pupilas diluidas y sus párpados fabulosos en forma de naveta para el incienso. La horquilla de sus dedos traspasa la órbita vacía de la enorme máscara rodeada de sombras como la celda del criptógrafo. ¡Ah, nosotras habíamos presumido demasiado de la máscara y de la escritura!
Ellas y sus voces viriles descendían las escaleras sonoras del puerto. Conduciendo hasta el borde de la mar sus reflejos de los grandes muros y su blancura de albayalde. Y al hollar la piedra estrellada de astros de las rampas y de los muelles, he aquí que volvieron a encontrar ese paso de viejas leonas enjaezadas al salir de los cubiles: ¡Ah, nosotras habíamos augurado mejor el paso del hombre sobre la piedra! ¡Y ahora marchamos hacia ti, por fin, mar legendaria de nuestros padres! He aquí nuestros cuerpos; he aquí nuestras bocas; nuestras grandes frentes con su doble lóbulo de ternera; y nuestras rodillas modeladas en forma de medalla.
¿Añadirás tú, mar ejemplar, nuestros flancos marcados de cicatrices para las maduraciones del drama? He aquí nuestro cuello de Gorgona, nuestros corazones de lobas bajo el sayal y nuestros pechos negros para el estrujamiento, pues somos nodrizas de un pueblo de reyes niños. ¿O nos será necesario aún, alzando el paño teatral, mostrar el escudo sagrado del vientre y exhibir la máscara velluda del sexo,
como en el puño del héroe se alza la cabeza tronchada de la extranjera o de la maga, pendiente de la punta de la lanza por un mechón de crin negra?
Sí, fue una larga época de espera y de sequía, donde la muerte nos acechaba en todas las caídas de la escritura. ¡Y el hastío era tan grande entre nuestras telas pintadas; el asco era tan grande, detrás de nuestras máscaras, detrás de toda la obra celebrada!
Nuestros circos de piedra han visto disminuir el paso del hombre sobre la escena. Y ciertamente nuestras mesas de madera dorada se adornaron con todos los frutos del siglo, y nuestra bodega proscénica con todos los vinos del mecenazgo.
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