VIII
El lenguaje fue también de la poetisa:
¡Favor, oh amargura! ¿Dónde se quema aún el aroma? Huyó el graznido del pavorreal y nosotras nos volvemos, por fin, hacia ti, mar insomne de los vivientes. Y tú nos eres cosa insomne y grave como el incesto bejo el velo. Y decimos que la mar es para las mujeres más hermosa que el infortunio. Y no conocemos nada tan grande ni tan laudable como tú.
¡Oh mar que te engruesas en nuestros sueños como un menosprecio sin fin y como una villanía sagrada... Oh tú, que pesas en nuestros grandes muros de la infancia y en nuestras terrazas como un tumor obsceno y como un mal divino!
La úlcera está en nuestros flancos como un sello de exención y el amor en los labios de la llaga como la sangre de los dioses. ¡Amor! Amor del dios, semejante a la invectiva. Las enormes garras recorriendo nuestra carne de mujer. Y los enjambres fugaces del espíritu sobre la continuidad de las aguas...
Tú roerás, dulzura,
hasta esa reticencia del alma, que nace en las inflexiones del cuello y sobre el arco invertido de la boca;
tú roerás, dulzura,
este mal que se apodera del corazón de las mujeres como un fuego de áloes y como la saciedad del rico entre el mármol y la púrpura.
Una hora que no habíamos previsto se levantó en nosotras.
Es excesivo esperar sobre nuestros lechos el derrumbamiento de las antorchas domésticas. Hemos nacido esta noche y es de esta noche nuestra fe. Un olor de cedro y de olíbano mantiene todavía nuestro rango en el favor de las ciudades. Pero el sabor del mar está sobre nuestros labios.
Y la fragancia del mar en nuestros lienzos y en nuestros lechos y hasta en lo más íntimo de la noche, es como la vergüenza y la sospecha llevadas a todas las encrucijadas de la tierra.
¡Buen camino para vosotras, divinidades del umbral y de la alcoba! Vestidoras y peinadoras, invisibles guardianas, oh vosotras que tomáis rango detrás de nosotras en las ceremonias públicas alzando a los fuegos del mar vuestros grandes espejos llenos del espectro de la ciudad.
¿Dónde estáis esta noche, cuando hemos roto nuestras ligaduras con el establo de la felicidad?
¡Pero vosotros estáis aquí, huéspedes divinos del techo y de las terrazas, señores! ¡Señores! Dueños del látigo, oh maestros de danza, del paso de los hombres entre los Grandes, y dueños en todo del asombro, oh vosotros que mantenéis alto el grito de las mujeres en la noche, junto al grito de los hombres,
haced que de noche recordemos todo lo orgulloso y verdadero que se ha consumido y que nos era de la mar y que nos era de más allá de la mar. Entre todas las cosas ilícitas y aquellas que sobrepasan el entendimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario