XII (2)
¡Libre carrera a tu gloria, potencia! ¡Oh primero y soberano! El distrito es inmenso y la jurisdicción plenaria; y ya es demasiado para nosotros, en tu energía, mendigar el servicio y la exención.
¡Oh, mar sin guardias ni clausura, oh mar sin viñas ni cultivos, donde se extiende la sombra carmesí de los Grandes!
Sentados en tus confines de piedra, como perros con cabeza de monos, dioses semitejidos de arcilla y de tristeza,
sobre todas las pendientes que se desbarrancan; sobre todos los declives calcinados con el calor de las heces, nosotras te soñamos, última sesión; y tenemos para ti este sueño de una más alta instancia:
la asamblea de largos pliegues, desde las más altas cimas de la tierra, como una anfictionía sagrada de los más grandes Sabios instituidos -toda la tierra en silencio, vestida con sus túnicas doctorales, toma sitio y asiento en el hemiciclo de piedra blanca.
Con estos que, al marcharse, dejan en las arenas sus sandalias; y con aquellos que guardan silencio, se abren los caminos del sueño sin retorno.
Nosotras, nosotras, nos hemos transportado un día hacia ti, vestidas de fiesta, mar, inocencia del solsticio, mar, indiferencia del acogimiento, y ya no sabemos dónde se detendrán nuestros pasos...
¿O bien eres tú, humareda del umbral, que subes de ti mismo hasta nosotros como el espíritu sagrado del vino en las vajillas de madera morada en el momento de los astros rojizos?
¡Nosotros te asediamos, esplendor! Y parasitaremos en ti, colmena de los dioses, ¡oh mil y mil cámaras de espuma donde llega a su consumación el delito! ¡Sé con nosotros, risa de Cumas y último grito del Efesio!
Así dice el conquistador, bajo su pluma de guerra, en las últimas puertas del santuario: "Yo habitaré las cámaras prohibidas y me pasearé..."
¡Betún de los puertos, tú no eres el abono de estos lugares!
¡Y tú, tú nos asistirás contra la noche de los hombres, lava espléndida a nuestro umbral, oh mar, abierta al triple drama: mar de la zozobra y del delito; mar de la fiesta y del resplandor; y mar también de la acción!
Mar de zozobra y del delito, he aquí que nosotras franquearemos, por fin, el verde majestuoso del quicio; y, haciendo más que soñarte, nosotras te pisoteamos, fábula divina. En las claridades submarinas se esparce el astro sin cara; el alma, más que el espíritu, se mueve con celeridad. Y tú nos eres gracia de otra parte. En ti, movible, nos movemos, apuramos la ofensa y el delito, ¡oh mar del inefable acogimiento y mar total de la delicia!
Nosotras no hemos mordido el acitrón verde de África ni hemos frecuentado el ámbar fósil engastado de alas de efímeras. Pero vivimos, nos despojamos de nuestras ropas, allá donde la carne misma ya no es carne y donde el fuego mismo cesa de ser llama y aun la savia radiosa y la simiente preciosísima; en todo ese limbo de alba verde, como una sola y vasta hoja, traspasada de amanecer, luminosa.
¡Unidad vuelta a encontrar, presencia recobrada! Oh mar, instancia de luz y carne de enorme lunación. Eres la claridad hecha sustancia para nosotras, y lo más claro del ser expuesto al día, como cuando la espada se desliza fuera de su vaina de seda verde: el ser sorprendido en su esencia y el dios mismo consumido bajo sus especies más santas, al fondo de palmares sagrados... ¡Visitación del príncipe en las cacerías de su gloria! ¡Que el huésped, en fin, se ponga a la mesa con sus comensales!
Y la alianza se consuma, la colusión perfecta. Y henos aquí, entre el pueblo de tu gloria como la espina en el corazón de la visión.
¿Es preciso gritar? ¿Es preciso alabar? ¿Quién entonces nos pierde en este instante -o quién nos gana? Ciegos, alabamos. Y te suplicamos, muerte visitada de las gracias inmortales. Velando nuestras frases en el canto con el movimiento de los labios agraciados ¡quién pudiera significar más, oh dioses!, más de lo que es lícito al sueño imitar.
Hay en el lugar de las espumas y de las aguas verdes, como en las ardientes claridades de la matemática, verdades más sombrías a nuestra aproximación que el cubil de las bestias fabulosas. Y repentinamente allí, perdemos pie. ¿Eres tú, memoria y mar, todavía a tu imagen de mar?
Te vas aún y te nombras y, todavía mar, te nombramos porque no tenemos más que palabras. Y nosotros podríamos aún soñar en ti y, por muy poco tiempo más, nombrarte...
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